Bienaventurada Virgen María
La Bienaventurada Virgen María es la madre de Jesucristo, la madre de Dios.
En general, la teología y la historia de María la Madre de Dios siguen el orden
cronológico de sus fuentes respectivas, esto es, el Antiguo Testamento, el Nuevo
Testamento, los primeros cristianos y los testigos judíos.
I. María profetizada en el Antiguo Testamento
· Génesis
· Isaías
· Miqueas
· Jeremías
II. Tipos y Figuras de María en el Antiguo Testamento
III. María en los Evangelios
· Ascendencia Davídica de María
· Sus padres
· La ciudad de los padres de María
· Su Inmaculada Concepción
· El nacimiento de María
· La Presentación de María
· Sus esponsales con José
· La Anunciación
· La Visitación
· El embarazo de María llega a conocimiento de José
· El viaje a Belén
· María da a luz a Nuestro Señor
· La Circuncisión de Nuestro Señor
· La Presentación
· La visita de los Magos
· La huida a Egipto
· La Sagrada Familia en Nazaret
· Nuestro Señor es hallado en el Templo
· El resto de la juventud de Nuestro Señor
· La virginidad perpetua de María
· La maternidad divina de María
· La santidad perfecta de María
· El milagro de Caná
· María durante la vida apostólica de Nuestro Señor
· María durante la Pasión de Nuestro Señor
· La maternidad espiritual de María
· María y la Resurrección de Nuestro Señor
IV. María en otros libros del Nuevo Testamento
· Hechos
· Apocalipsis
V. María en los Documentos de los Primeros Cristianos
VI. Vida Post-Petencostal de María
· Localización de su vida, muerte y enterramiento
· Su asunción a los cielos
VII. La Actitud de los Primerios Cristianos hacia la Madre de Dios
· Su imagen y su nombre
· Primeros documentos
MARÍA PROFETIZADA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El Antiguo Testamento se refiere a Nuestra Señora tanto en sus profecías como
en sus tipos o figuras.
Génesis 3:15
La primera profecía referente a María se encuentra en los capítulos iniciales del
Libro del Génesis (3:15): "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el
suyo; ella te aplastará la cabeza y tú estarás al acecho de su talón". Esta versión
parece diferir en dos aspectos del texto original hebreo:
1. En primer lugar, el texto hebreo emplea el mismo verbo para las dos
versiones traducidas "ella te aplastará" y "tú estarás al acecho"; la
Septuaginta traduce el verbo en ambos casos por terein, estar al acecho;
Aquila, Símaco y los traductores sirios y samaritanos traducen el verbo
hebreo por expresiones que significan aplastar, magullar; el Itala traduce el
terein utilizado en la Septuaginta con el término latino de "servare" , vigilar;
S. Jerónimo (1) sostiene que el verbo hebreo tiene el significado de
"aplastar" o "magullar" más que el de "estar al acecho", "vigilar". Sin
embargo en su propio trabajo, que se convirtió en la Vulgata latina, el santo
emplea el término "aplastar" (conterere) en primer lugar, y "estar al acecho"
(insidiari) en segundo. Por tanto el castigo infligido a la serpiente y la
venganza de ésta están expresadas con el mismo verbo: pero la herida
sufrida por la serpiente es mortal, ya que afecta a la cabeza, mientras que
la herida causada por ella no es mortal, ya que es infligida en el talón.
2. El segundo punto de diferencia entre el texto hebreo y nuestra versión se
refiere al agente que va a infligir la herida mortal a la serpiente: nuestra
versión coincide con el texto actual de la Vulgata en traducir "ella"(ipsa) que
se refiere a la mujer, mientras que el texto hebreo traduce hu´ (autos, ipse)
que se refiere a la descendencia de la mujer. Según nuestra versión y la
traducción de la Vulgata, será la mujer quien obtenga la victoria; según el
texto hebreo, ella vencerá a través de su descendencia. Es en este sentido
en el que la Bula "Ineffabilis" atribuye la victoria a Nuestra Señora. La
versión "ella" (ipsa) no es ni una corrupción intencionada del texto original ni
un error accidental, sino que es una versión explicativa que expresa
explícitamente el hecho de la participación de Nuestra Señora en la victoria
sobre la serpiente, que está contenido de manera implícita en el original
hebreo. La fuerza de la tradición cristiana referente a la participación de
María en esta victoria puede deducirse del hecho de que S. Jerónimo
mantuviera "ella" en su versión a pesar de su familiaridad con el texto
original y con la traducción "él" (ipse)en la antigua versión latina.
Dado que es comúnmente admitido que el juicio divino se dirige no tanto contra la
serpiente como contra el causante del pecado, la descendencia de la serpiente
hace referencia a los seguidores de la serpiente, la "progenie de víboras", la
"generación de víboras", aquellos cuyo padre es el Diablo, los hijos del mal,
imitando, non nascendo (Agustín) (2). Puede darse la tentación de comprender la
descendencia de la mujer en un sentido colectivo análogo, abarcando a todos los
nacidos de Dios. Pero descendencia puede no sólo referirse a una persona en
particular, sino que generalmente tiene dicho significado, si el contexto lo permite.
S. Pablo (Gálatas 3:16) da esta explicación de la palabra "descendencia" tal como
aparece en las promesas de los patriarcas: "A Abraham y a su descendencia
fueron hechas las promesas. No dice a sus descendencias, como de muchas, sino
de una sola: "Y a tu descendencia", que es Cristo". Finalmente la expresión "la
mujer" en la frase "Pondré enemistad entre ti y la mujer" es una traducción literal
del texto hebreo. La Gramática Hebrea de Gesenius-Kautzsch (3) establece la
norma: es un rasgo peculiar del hebreo el uso del artículo para indicar una
persona o cosa todavía desconocida o que todavía está por describir con claridad,
ya se encuentre presente o tenga que considerarse bajo las condiciones del
contexto. Dado que nuestro artículo indefinido cumple este propósito, se podría
traducir: "Pondré enemistad entre ti y una mujer". Por tanto la profecía promete
una mujer, Nuestra Señora, que será la enemiga de la serpiente en un grado
sobresaliente; además, la misma mujer saldrá vencedora sobre el Demonio, al
menos a través de su hijo. La rotundidad de la victoria es subrayada por la frase
contextual "comerás tierra", que es según Winckler (4) una antigua y común
expresión oriental que denota la máxima humillación (5).
Isaías 7:1-17
La segunda profecía referente a María se encuentra en Isaías 7:1-17. Los críticos
se han empeñado en representar este pasaje como una combinación de sucesos
y palabras del profeta escritos por un autor desconocido (6). La credibilidad del
contenido no resulta necesariamente afectada por esta teoría, ya que las
tradiciones proféticas pueden quedar registradas por cualquier escritor sin perder
por ello su credibilidad. Pero incluso Duhm considera la teoría como un intento
aparente por parte de los críticos de averiguar hasta dónde están dispuestos a
aguantar pacientemente los lectores; opina que es una verdadera desgracia para
la crítica en cuanto tal el que haya encontrado un mero compendio en un pasaje
que describe tan gráficamente la hora del nacimiento de la fe.
Según II Reyes 16:1-4, y II Paralipómenos 27:1-8, Ajaz, que comenzó su reinado
en el 736 a. de J.C., profesaba abiertamente la idolatría, de forma que Dios lo dejó
a merced de los reyes de Siria e Israel. Al parecer se había establecido una
alianza entre Pecaj, rey de Israel, y Rasín, rey de Damasco, con el propósito de
ofrecer resistencia a las agresiones asirias. Ajaz, partidario de los asirios, no se
unió a la coalición; los aliados invadieron su territorio, con la intención de sustituir
a Ajaz por un gobernante más complaciente, un cierto hijo de Tabeel. Mientras
Rasín estaba ocupado en reconquistar la ciudad costera de Elat, Pecaj procedió
en solitario contra Judá, "pero no pudieron prevalecer". Una vez Elat hubo caído,
Rasín unió sus fuerzas a las de Pecaj; "Siria y Efraím se habían confederado" y
"tembló su corazón (de Ajaz) y el corazón del pueblo, como tiemblan los árboles
del monte a impulsos del viento". Había que hacer preparativos inmediatos para
un asedio prolongado, y Ajaz se encontraba intensamente ocupado en las
proximidades de la piscina superior, de la cual recibía la ciudad la mayor parte de
su suministro de agua. De ahí que Dios le diga a Isaías: "Sal luego al encuentro de
Ajaz ... al cabo del acueducto de la piscina superior". El encargo del profeta es de
naturaleza extremadamente consoladora: "Mira bien no te inquietes, no temas
nada y ten firme corazón ante esos dos cabos de tizones humeantes". El plan de
los enemigos no tendrá éxito: "no aguantará y esto no sucederá". ¿Cuál será el
destino concreto de los enemigos?
· Siria no ganará nada, permanecerá como había estado en el
pasado: " la cabeza de Siria es Damasco, y la cabeza de Damasco
es Rasín."
· Efraím también permanecerá en el futuro inmediato como había
estado hasta ese momento: "la cabeza de Efraím es Samaria, y la
cabeza de Samaria el hijo de Romelia"; pero al cabo de sesenta y
cinco años será destruida, " dentro de sesenta y cinco años Efraím
habrá dejado de ser pueblo".
Ajaz había abandonado al Señor por Moloc, y había depositado su confianza en
una alianza con Asiria; de ahí la profecía condicional referente a Judá "si no crees,
no continuarás". La prueba de fe sigue inmediatamente a continuación: " Pide al
Señor, tu Dios, una señal, o de abajo en lo profundo o de arriba en lo alto". Ajaz
responde con hipocresía: " no la pediré, no tentaré al Señor", rechazando así
declarar su fe en Dios y prefiriendo la política asiria. El rey prefiere Asiria a Dios, y
Asiria vendrá sobre él: "Hará venir el Señor sobre ti y sobre tu pueblo, y sobre la
casa de tu padre, días cuales nunca vinieron desde que Efraím se separó de Judá
con el rey de los asirios". La casa de David había ofendido no sólo a los hombres,
sino también a Dios con su incredulidad; por ello, "no continuará", y, por una ironía
del castigo divino, será destruida por aquellas mismas gentes a las que prefirió
antes que a Dios.
Sin embargo, las promesas mesiánicas hechas a la casa de David no pueden
frustrarse: "El Señor mismo os dará una señal. He aquí que una virgen concebirá,
y dará a luz un hijo, y será llamado Emmanuel. Y se alimentará de mantequilla y
miel, hasta que sepa desechar lo malo y elegir lo bueno. Pues antes que el niño
sepa desechar lo malo y elegir lo bueno, la tierra por la cual temes de esos dos
reyes será devastada". Dejando de lado una serie de preguntas relacionadas con
la explicación de la profecía, debemos limitarnos aquí a la prueba evidente de que
la virgen mencionada por el profeta es María, la Madre de Cristo. La
argumentación se basa en las premisas de que la virgen mencionada por el
profeta es la madre de Emmanuel, y que Emmanuel es Cristo. La relación de la
virgen con Emmanuel está claramente expresada en las palabras inspiradas; las
mismas indican, asimismo, la identidad de Emmanuel con Cristo.
La relación de Emmanuel con la señal divina extraordinaria que iba a ser
concedida a Ajaz nos predispone a ver en la criatura alguien más que un niño
corriente. En 8:8, el profeta le atribuye la propiedad de la tierra de Judá: "Y
tendiendo sus brazos cubrirán toda tu tierra, ¡oh Emmanuel!". En 9:6, se dice que
el gobierno de la casa de David descansa sobre sus hombros, y se le describe
como poseedor de cualidades superiores a las humanas: "nos ha nacido un niño,
nos ha sido dado un hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía, y que se
llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz".
Finalmente, el profeta llama a Emmanuel "vara del tronco de Jesé", agraciado con
"el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y
de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Dios"; su venida irá seguida
de los signos generales de la era mesiánica, y los que queden del pueblo escogido
serán de nuevo el pueblo de Dios (11:1-16).
Cualquier oscuridad o ambigüedad que pudiera haber en el texto profético es
eliminada por S. Mateo (1:18-25). Después de narrar las dudas de San José y la
reafirmación del angel "lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo", el
evangelista continúa: "Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor
había anunciado por el profeta, que dice: He aquí que una virgen concebirá y
parirá un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel". No es necesario que repitamos
la explicación del pasaje dada por comentaristas católicos que responden a las
objeciones que se han hecho contra el significado obvio del evangelista. De todo
lo anterior se puede deducir que María es mencionada en la profecía de Isaías
como madre de Jesucristo; a la luz de la referencia a la profecía hecha por S.
Mateo, se puede añadir que ésta predijo también la virginidad de María, intacta en
la concepción de Emmanuel (7).
Miqueas 5:2-3
Una tercera profecía referente a Nuestra Señora se encuentra en Miqueas 5:2-3:
"Y tú, Belén de Efrata, pequeño para ser contado entre las familias de Judá, de ti
me saldrá quien señoreará en Israel, cuyos orígenes vienen del comienzo, de los
días de la eternidad. Los entregará hasta el tiempo en que la que ha de parir
parirá, y el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel". Aunque el profeta
(750-660 a. de C., aproximadamente) fue contemporáneo de Isaías, su actividad
profética comenzó un poco más tarde y finalizó un poco antes que la de Isaías. No
cabe ninguna duda de que los judíos consideraban que las predicciones anteriores
se referían al Mesías. Según S. Mateo (2:6), cuando Herodes preguntó a los
sumos sacerdotes y escribas dónde iba a nacer el Mesías, le respondieron con las
palabras de la profecía, "Y tú Belén, tierra de Judá, ...". Según S. Juan (7:42), el
populacho judío reunido en Jerusalén para la celebración de la fiesta formuló la
pregunta retórica: "¿No dice la Escritura que del linaje de David y de la aldea de
Belén, de donde era David, ha de venir el Mesías?". La paráfrasis caldea de
Miqueas 5:2 confirma la misma opinión: "De ti me saldrá el Mesías, que señoreará
en Israel". Las mismas palabras de la profecía no admiten prácticamente otra
explicación; pues "sus orígenes son del comienzo, desde los días de la eternidad".
Mas, ¿cómo se refiere la profecía a la Virgen María? Nuestra Señora es
mencionada con la frase "hasta el tiempo en que la que ha de parir parirá". Es
cierto que "la que ha de parir" se ha referido también a la Iglesia (S. Jerónimo,
Teodoreto), o al grupo de gentiles que se unieron a Cristo (Ribera, Mariana), o
también a Babilonia (Calmet); pero, por una parte, no hay apenas relación
suficiente entre ninguno de estos sucesos y el redentor prometido; por otra parte,
el pasaje debería decir " hasta el tiempo en que la que es estéril parirá" si el
profeta se hubiera referido a cualquiera de dichos sucesos. Tampoco puede "la
que ha de parir" referirse a Sión: Sión es mencionada sin sentido metafórico antes
y después de este pasaje, de modo que no se puede esperar que el profeta
recurra de repente a un lenguaje figurado. Mas aún, si se explica así la profecía,
no tendría un sentido cabal. Las frases contextuales "el señor de Israel", "sus
orígenes", que en hebreo implica nacimiento, y "sus hermanos" hacen referencia a
un individuo, no a una nación; de ello se deduce que el parto debe referirse a esa
misma persona. Se ha mostrado que la persona que gobernará es el Mesías; por
ello, "la que ha de parir" debe referirse a la madre de Cristo, Nuestra Señora. Así
explicado, todo el pasaje aparece claro: el Mesías ha de nacer en Belén, un
pueblo insignificante de Judá; su familia debe estar reducida a la pobreza y la
oscuridad antes del momento de su nacimiento; como esto no puede suceder si la
teocracia permanece intacta, si la casa de David continúa floreciendo, "por ello los
entregará hasta el tiempo en que la que ha de parir parirá" al Mesías. (8)
Jeremías 31:22
Una cuarta profecía referente a María se encuentra en Jeremías 21:22: " El Señor
ha creado algo nuevo sobre la tierra: una mujer ronda al varón". El texto del
profeta Jeremías ofrece no pocas dificultades para el intérprete científico; nosotros
seguiremos la versión de la Vulgata latina del original hebreo. Pero incluso esta
traducción ha sido explicada de muchas formas diferentes: Rosenmuller y muchos
intérpretes protestantes conservadores defienden la versión "una mujer protegerá
a un hombre", mas tal argumento difícilmente podría inducir a los hombres de
Israel a retornar a Dios. La explicación "una mujer buscará a un hombre" apenas
está de acuerdo con el texto; además, tal inversión del orden natural es
presentada en Isaías 4:1 como una señal de la más absoluta catástrofe. La
versión de Ewald "una mujer se convertirá en un hombre" es muy poco fiel al texto
original. Otros comentaristas ven en la mujer un símil de la Sinagoga o de la
Iglesia, en el hombre un símil de Dios, de modo que pueden explicar la profecía
"Dios morará de nuevo en medio de la Sinagoga (o del pueblo de Israel)" o "la
Iglesia protegerá la tierra con sus valientes hombres". Pero el texto hebreo
difícilmente evoca ese significado; además, esa explicación convertiría ese pasaje
en una tautología: "Israel retornará a su Dios, ya que Israel amará a su Dios".
Algunos autores recientes traducen el original hebreo por: "Dios crea algo nuevo
sobre la tierra: la mujer (esposa) retorna al hombre (su marido)". Según la ley
antigua (Deuteronomio 24:1-4; Jeremías 3:1), el marido no podía volver a aceptar
a su mujer una vez que la había repudiado; pero el Señor introducirá una novedad
al permitir a la mujer infiel, o lo que es lo mismo, la nación culpable, volver a la
amistad con Dios. Esta explicación se basa en una corrección aventurada del
texto; además, no implica necesariamente el significado mesiánico que se espera
del pasaje.
Los Padres griegos siguen generalmente la versión de la Septuaginta, "El Señor
ha creado salvación en una nueva plantación, los hombres caminarán seguros";
mas S. Atanasio (9) combina la versión de Aquila dos veces "Dios ha creado algo
nuevo en la mujer" con la de la Septuaginta, diciendo que la nueva plantación es
Jesucristo, y que lo nuevo creado en la mujer es el cuerpo del Señor, concebido
en la mujer virgen sin la participación del hombre. También S. Jerónimo (10)
entiende el texto profético de la virgen que concibe al Mesías. Esta explicación del
pasaje concuerda con el texto y con el contexto. Como la Palabra Encarnada
poseyó desde el primer instante de su concepción todas sus perfecciones,
exceptuando aquellas relacionadas con su desarrollo corporal, es correcto afirmar
que su madre "conseguirá un hombre". No es necesario señalar que tal condición
en una criatura recién concebida es denominada, con razón, "algo nuevo sobre la
tierra". El contexto de la profecía describe, después de una breve introducción
general (30:1-3), la futura libertad de Israel y la restauración en cuatro estancias:
30:4-11, 12-22; 30:23; 31:14, 15-26; las tres primeras estancias terminan con la
esperanza del tiempo mesiánico. La cuarta debería esperarse también que tuviera
un final similar. Además, la profecía de Jeremías, pronunciada alrededor del 589
a. de C. y entendida en el sentido que se acaba de referir, concuerda con las
expectativas mesiánicas contemporáneas basadas en Isaías 7:14; 9:6; Miqueas
5:3. Según Jeremías, la madre de Cristo se diferencia de las otras madres en que
su Hijo, incluso cuando aún está en su vientre, tiene todas las propiedades que
constituyen la verdadera naturaleza humana (11). El Antiguo Tetamento se refiere
indirectamente a María en aquellas profecías que predicen la encarnación del
Verbo de Dios.
TIPOS Y FIGURAS DE MARIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Para estar seguros del significado de un tipo, este significado debe ser revelado,
es decir, debe habernos sido transmitido a través de la Sagrada Escritura o de la
tradición. Algunos escritores piadosos han desarrollado por su cuenta numerosas
analogías entre ciertos datos del Antiguo Testamento y los datos correspondientes
del Nuevo Testamento; sin embargo, por muy ingeniosas que estas correlaciones
puedan ser, no demuestran que Dios tuviera de hecho la intención de transmitir en
los textos inspirados del Antiguo Testamento las verdades de la correspondencia
establecida. Por otra parte, debe tenerse presente que no todas las verdades
contenidas ya sea en las Escrituras o en la tradición han sido explícitamente
propuestas a los creyentes como verdades de fe por definición expresa de la
Iglesia. De acuerdo con el principio "Lex orandi est lex credenti" debemos tratar al
menos con reverencia las innumerables sugerencias contenidas en la liturgia y
oraciones oficiales de la Iglesia. De esta forma es como debemos considerar
muchos de los tratamientos otorgados a Nuestra Señora en la letanía y en el "Ave
maris stella". Las Antífonas y Responsos que se encuentran en los Oficios
recitados en las varias festividades de Nuestra Señora sugieren un número de
tipos referentes a Nuestra Señora que difícilmente hubieran sido mostrados con
tanta viveza de otra manera a los ministros de la Iglesia. La tercera antífona de
Laudes de la Festividad de la Circuncisión contempla en "el arbusto que arde sin
consumirse" (Exodo 3:2) la figura de María en la concepción de su Hijo sin perder
su virginidad. La segunda antífona de Laudes del mismo Oficio contempla en el
vellón de lana de Gedeón, húmedo por el rocío mientras que la tierra a su
alrededor había permanecido seca (Jueces 6:37-38), un tipo de María recibiendo
en su vientre al Verbo Encarnado (12). El Oficio de la Bienaventurada Virgen
aplica a María muchos de los pasajes referentes a la esposa del Cantar de los
Cantares (13) y también los referentes a la sabiduría del Libro de los Proverbios
8:22-31 (14). Un "jardín cerrado, una fuente sellada" mencionado en Cantares
4:12 aplicado a María es sólo un ejemplo concreto de todo lo referido
anteriormente (15). Además, Sara, Débora, Judit y Ester son utilizadas como tipos
de María; el arca de la Alianza, sobre la que se manifiesta la misma presencia de
Dios, es utilizada como la figura de María llevando al Verbo Encarnado en su
vientre. Pero es especialmente Eva, la madre de todos los vivientes (Génesis
3:20), la que es considerada como un tipo de María, que es la madre de todos los
vivientes en el orden de la gracia (16).
MARIA EN LOS EVANGELIOS
El lector de los Evangelios se queda al principio sorprendido al encontrar tan poco
sobre María; pero esta oscuridad de María en los Evangelios ha sido estudiada
exhaustivamente por el Beato Pedro Canisius (17), Augusto Nicolás (18), el
Cardenal Newman (19) y el muy reverendo J. Spencer Northcote (20). En el
comentario del "Magnificat" publicado en 1518, incluso Lutero expresa su
convencimiento de que los Evangelios alaban suficientemente a María al llamarla
(ocho veces) la Madre de Jesús. En los siguientes párrafos agruparemos
brevemente lo que se conoce de la vida de Nuestra Señora antes del nacimiento
de su divino Hijo, durante la vida oculta de Nuestro Señor, durante su vida pública
y después de su resurrección.
Ascendencia Davídica de María
S. Lucas (2:4) narra que San José se desplazó desde Nazaret a Belén para
empadronarse, "por ser él de la casa y de la familia de David". Como si quisiera
eliminar cualquier duda referente a la ascendencia davídica de María, el
evangelista (1:32,69) afirma que al niño nacido de María sin intervención de varón
le será otorgado "el trono de David, su padre", y que el Señor Dios ha "levantado
en favor nuestro un cuerno de salvación en la casa de David, su siervo". (21) S.
Pablo también da fe de que Jesucristo "nacido de la descendencia de David según
la carne " (Romanos 1:3). Si María no hubiera sido descendiente de David, su Hijo
concebido por el Espíritu Santo no hubiera podido considerarse "de la
descendencia de David". Por ello los comentaristas nos dicen que en el texto "En
el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel ... a una virgen desposada con un varón
de nombre José, de la casa de David" (Lucas 1:26-27); la última frase "de la casa
de David" no se refiere a José, sino a la doncella virgen que es el personaje
principal de la narración; así tenemos un testimonio inspirado directo de la
ascendencia davídica de María. (22)
Mientras que los comentaristas generalmente están de acuerdo en que la
genealogía que se encuentra al comienzo del primer Evangelio es la de S. José,
Annius de Viterbo propone su opinión, a la que ya se refirió S. Agustín, de que la
genealogía de S. Lucas describe la ascendencia de María. El texto del tercer
Evangelio (3:23) puede explicarse de forma que Heli sea el padre de María: "Jesús
... era, según se creía, hijo de José, hijo de Heli" (23). En estas explicaciones el
nombre de María no se menciona explícitamente, pero va implícito; ya que Jesús
es el hijo de Heli a través de María.
Sus padres
Aunque pocos comentaristas están de acuerdo con esta opinión acerca de la
genealogía de S. Lucas, el nombre del padre de María, Heli, coincide con el
nombre del padre de Nuestra Señora según una tradición basada en la narración
del Protoevangelio de Santiago, un Evangelio apócrifo que data de finales del siglo
II. Según este documento, los padres de María eran Joaquín y Ana. Ahora bien, el
nombre de Joaquín es sólo una variante de Heli o Eliachim, sustituyendo un
nombre divino (Yavé) por otro (Eli, Elohim). La tradición en lo que respecta a los
padres de María, según el Evangelio de Santiago, es reproducida por S. Juan
Damasceno (24), S. Gregorio de Nyssa (25), S. Germán de Constantinopla (26),
Pseudo-Epifanio (27), pseudo-Hilario (28) y S. Fulberto de Chartres (29). Algunos
de estos escritores añaden que el nacimiento de María se consiguió gracias a las
fervientes oraciones de Joaquín y Ana cuando ya tenían una edad avanzada. Así
como Joaquín pertenecía a la familia real de David, también se supone que Ana
era descendiente de la familia sacerdotal de Aaron; por ello, Cristo, el Eterno Rey
y Sacerdote, descendía de una familia real y sacerdotal (30).
La ciudad de los padres de María
Según S. Lucas 1:26, María vivía en Nazaret, una ciudad de Galilea, en el
momento de la Anunciación. Una determinada tradición sostiene que fue
concebida y nació en la misma casa en la que el Verbo se hizo carne (31). Otra
tradición, basada en el Evangelio de Santiago, considera Seforis como la primera
casa de Joaquín y Ana, aunque se dice que después vivieron en Jerusalén, en
una casa llamada Probatica por S. Sofronio de Jerusalén (32). Probatica, un
nombre que probablemente procedía de un estanque llamado Probatica o Betzata
en S. Juan 5:2, cercano al santuario. Aquí fue donde nació María. Alrededor de un
siglo después, sobre el 750 d. de J.C., S. Juan Damasceno (33) afirma de nuevo
que María nació en Probatica.
Se dice que, ya en el siglo V, la emperatriz Eudoxia construyó una iglesia en el
lugar en que nació María, y donde sus padres vivieron en su ancianidad. La actual
iglesia de Sta. Ana se encuentra a una distancia de menos de 100 pies de la
piscina Probática. El 18 de marzo de 1889 se descubrió una cripta que encierra el
sitio en que se supone que Sta. Ana fue enterrada. Probablemente ese lugar fue
en su origen un jardín en el que Joaquín y Ana recibieron sepultura. En su época
todavía estaba situado fuera de los muros de la ciudad, unos 400 pies al norte del
Templo. Otra cripta cercana a la tumba de Sta. Ana se cree que es el lugar donde
nació la Bienaventurada Virgen; por ello, en los primeros tiempos se le llamó a esa
iglesia Sta. María de la Natividad (34). En el valle Cedron, cerca de la carretera
que lleva a la iglesia de la Asunción, hay un pequeño santuario que contiene dos
altares, que se cree que están edificados sobre las tumbas de S. Joaquín y Sta.
Ana; sin embargo, estos sepulcros pertenecen a la época de las Cruzadas (35).
También en Seforis los cruzados reemplazaron un antiguo santuario situado sobre
la legendaria casa de S. Joaquín y Sta. Ana por una gran iglesia. Después de
1788 parte de esta iglesia fue restaurada por los Padres Franciscanos.
Su Inmaculada Concepción
La Inmaculada Concepción de Nuestra Señora ha sido tratada en un artículo
especial.
El nacimiento de María
En lo referente al lugar de nacimiento de Nuestra Señora, existen tres tradiciones
diferentes que hay que considerar.
Primero, se ha situado el acontecimiento en Belén. Esta opinión se basa en la
autoridad de los siguientes testigos: ha sido expresada en un documento titulado
"De nativ. S. Mariae" (36) incluido a continuación de las obras de S. Jerónimo; es
una suposición más o menos vaga del Peregrino de Piacenza, llamado
erróneamente Antonino Mártir, que escribió alrededor del 580 d. de J.C. (37);
finalmente, los Papas Pablo II (1471), Julio II (1507), León X (1519), Pablo III
(1535), Pío IV (1565), Sixto V (1586) e Inocencio XII (1698) en sus Bulas
referentes a la Santa Casa del Loreto afirman que la Bienaventurada Virgen nació,
fue educada y recibió la visita del ángel en la Santa Casa. Sin embargo, estos
pontífices no deseaban en realidad decidir sobre una cuestión histórica; ellos
simplemente expresan la opinión de sus épocas respectivas.
Una segunda tradición situaba el nacimiento de Nuestra Señora en Seforis, unas
tres millas al norte de Belén, la Diocaesarea romana, y la residencia de Herodes
Antipas hasta bien entrada la vida de Nuestro Señor. La antigüedad de esta
opinión puede deducirse por el hecho de que bajo el reinado de Constantino se
erigió en Seforis una iglesia para conmemorar la residencia de Joaquín y Ana en
dicho lugar (38). S. Epifanio habla de este santuario (39). Pero esto sólo
demuestra que Nuestra Señora debió vivir durante algún tiempo en Seforis con
sus padres, sin que por ello tengamos que creer que nació allí.
La tercera tradición, la de que María nació en Jerusalén, es la más probable de las
tres. Hemos visto que se basa en el testimonio de S. Sofronio, de S. Juan
Damasceno y sobre la evidencia de hallazgos recientes en la Probatica. La
Festividad de la Natividad de Nuestra Señora no se celebró en Roma hasta finales
del siglo VII; sin embargo, dos sermones encontrados entre los escritos de S.
Andrés de Creta (m. 680) implican la existencia de esta fiesta y nos hacen suponer
que fue introducida en una fecha más temprana en otras iglesias (40). En 1799, el
décimo canon del Sínodo de Salzburgo señala cuatro fiestas en honor de la Madre
de Dios: la Purificación, el 2 de febrero; la Anunciación, el 25 de marzo; la
Asunción, el 15 de agosto y la Natividad, el 8 de septiembre.
La Presentación de María
Según Exodo 13:2 y 13:12, todo primogénito hebreo debía ser presentado en el
Templo. Dicha ley llevaría a los padres judíos piadosos a observar el mismo rito
religioso con otros hijos favoritos. Ello hace suponer que Joaquín y Ana
presentaron a su hija, obtenida tras largas y fervientes oraciones, en el Templo.
En cuanto a María, S. Lucas (1:34) nos dice que respondió al ángel que le
anunciaba el nacimiento de Jesucristo: "cómo podrá ser esto, pues yo no conozco
varón". Estas palabras difícilmente pueden ser entendidas, a menos que
supongamos que María había hecho voto de virginidad, ya que cuando las
pronunció estaba desposada con S. José (41). La ocasión más adecuada para tal
voto fue su presentación en el Templo. Del mismo modo que algunos Padres
admiten que las facultades de S. Juan Bautista fueron desarrolladas
prematuramente por una intervención especial del poder divino, se puede admitir
la existencia de una gracia similar para con la hija de Joaquín y Ana (42).
Sin embargo, todo lo referido anteriormente no supera la certeza de la
probabilidad de unas conjeturas piadosas. La consideración de que Nuestro Señor
no podía rehusarle a su bendita Madre cualquier favor que dependiera
exclusivamente de su magnificencia, no tiene un valor mayor que el de un
argumento a priori. La certeza sobre esta cuestión debe depender de testimonios
externos y de las enseñanzas de la Iglesia.
Ahora bien, el Protoevangelio de Santiago (7-8) y el documento titulado "De nativit.
Mariae" (7-8), (43) afirman que Joaquín y Ana, cumpliendo un voto que habían
hecho, presentaron a la pequeña María en el Templo cuando tenía tres años de
edad; que la criatura subió sola los escalones del Templo, y que hizo su voto de
virginidad en dicha ocasión. S. Gregorio de Nyssa (44) y S. Germán de
Constantinopla (45) aceptaron este testimonio, que también fue seguido por
pseudo-Gregorio de Naz. en su "Christus patiens" (46). Además, la Iglesia celebra
la Festividad de la Presentación, aunque no especifica a qué edad fue presentada
la pequeña María en el Templo, cuándo hizo su voto de virginidad y cuáles fueron
los dones especiales naturales y sobrenaturales que Dios le concedió. La
festividad es mencionada por primera vez en un documento de Manuel
Commenus, en 1166; desde Constantinopla, la festividad debió ser introducida en
la Iglesia occidental, donde la podemos hallar en la corte papal de Aviñón en 1371;
alrededor de un siglo más tarde, el Papa Sixto IV introdujo el Oficio de la
Presentación, y en 1585 el Papa Sixto V extendió la Festividad de la Presentación
a toda la Iglesia.
Sus esponsales con José
Las escrituras apócrifas a las que nos hemos referido en el párrafo anterior
afirman que María permaneció en el Templo después de su presentación para ser
educada con otros niños judíos. Allí ella disfrutó de visiones extáticas y visitas
diarias de los santos ángeles.
Cuando ella contaba catorce años, el sumo sacerdote quiso enviarla a casa para
que contrajera matrimonio. María le recordó su voto de virginidad, y confundido, el
sumo sacerdote consultó al Señor. Entonces llamó a todos los hombres jóvenes
de la estirpe de David y prometió a María en matrimonio a aquel cuya vara
retoñara y se convirtiera en el lugar de descanso del Espíritu Santo en forma de
paloma. José fue el agraciado en este proceso extraordinario.
Hemos visto ya que S. Gregorio de Nyssa, S. Germán de Constantinopla y
pseudo-Gregorio Nacianceno parecen admitir estas leyendas. Además, el
emperador Justiniano permitió que se construyera una basílica en la plataforma
del antiguo Templo, en memoria de la estancia de Nuestra Señora en el santuario;
la iglesia fue llamada la Nueva Santa María, para distingirla de la iglesia de la
Natividad. Se cree que es la moderna mezquita de Al-Aqsa (47).
Por otra parte, la Iglesia no se pronuncia en lo que respecta a la estancia de María
en el Templo. S. Ambrosio (48), cuando describe la vida de María antes de la
Anunciación, supone expresamente que vivía en la casa de sus padres. Todas las
descripciones del Templo judío que pueden poseer algún valor científico nos dejan
a oscuras en cuanto a la existencia de lugares en los que pudieran haber recibido
su educación las muchachas jóvenes. La estancia de Joas en el Templo hasta la
edad de siete años no apoya el supuesto de que las chicas jóvenes fueran
educadas dentro del recinto sagrado, ya que Joas era el rey, y fue obligado por las
circunstancias a permanecer en el Templo (cf. IV Reyes 11:3). La alusión de II
Macabeos 3:19, cuando dice "las doncellas, recogidas" no demuestra que ninguna
de ellas fuera retenida en los edificios del Templo. Si se dice de la profetisa Ana
(Lucas 2:37) que "no se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones
noche y día", nosotros no suponemos que ella viviera de hecho en una de las
habitaciones del templo. (49) Como la casa de Joaquín y Ana no se encontraba
muy alejada del Templo, podemos suponer que a la santa niña María se le
permitía a menudo visitar los sagrados edificios para que pudiera satisfacer su
devoción.
Se consideraba que las doncellas judías habían alcanzado la edad del matrimonio
cuando cumplían doce años y seis meses, aunque la edad de la novia variaba
según las circunstancias. El matrimonio era precedido por los esponsales,
después de los cuales la novia pertenecía legalmente al novio, aunque no vivía
con él hasta un año después, que era cuando el matrimonio solía celebrarse. Todo
esto coincide con el lenguaje de los evangelistas. S. Lucas (1:27) llama a María "
una virgen desposada con un varón de nombre José"; S. Mateo (1:18) dice
"Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se
halló haber concebido María del Espíritu Santo". Como no tenemos noticia de
ningún hermano de María, debemos suponer que era una heredera, y estaba
obligada por la ley de Números 36:3 a casarse con un miembro de su tribu. La ley
misma prohibía el matrimonio entre determinados grados de parentesco, de modo
que incluso el matrimonio de una heredera se dejaba más o menos a su elección.
Según la costumbre judía, la unión de José y María tenía que ser concertada por
los padres de José. Uno se puede preguntar por qué María accedió a sus
esponsales, cuando estaba ligada por su voto de virginidad. De la misma manera
que ella había obedecido la inspiración divina al hacer su voto, también la
obedeció al convertirse en la novia prometida de José. Además, hubiera sido un
caso singular entre los judíos el rehusar los esponsales o el matrimonio, ya que
todas las doncellas judías aspiraban al matrimonio como la realización de un
deber natural. María confió implícitamente en la guía de Dios, y por ello estaba
segura de que su voto sería respetado incluso en su estado de casada.
La Anunciación
La Anunciación ha sido tratada en un artículo especial.
La Visitación
Según Lucas 1:36, el ángel Gabriel le dijo a María en el momento de la
Anunciación, "Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste
es ya el mes sexto de la que era estéril". Sin poner en duda la verdad de las
palabras del ángel, María decidió enseguida contribuir a la alegría de su piadosa
pariente. (50) Por ello, continúa el evangelista (1:39):" En aquellos días se puso
María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró
en casa de Zacarías y saludó a Isabel". Aunque María debe haberle comunicado a
José su propósito de realizar esa visita, es difícil determinar si él la acompañó; si
dio la casualidad de que el momento de la visita coincidía con alguna de las
temporadas de fiestas en que los israelitas tenían que acudir al Templo, habría
pocas dificultades acerca de la compañía.
La casa de Isabel ha sido localizada en varios emplazamientos según los
diferentes escritores: ha sido situada en Machaerus, unas diez millas al este del
Mar Muerto, o en Hebrón, o de nuevo en la antigua ciudad sacerdotal de Jutta,
unas siete millas al sur de Hebrón, o finalmente en Ain-Karim, la tradicional S.
Juan-en-la-Montaña, unas cuatro millas al oeste de Jerusalén. (51) Sin embargo,
los tres primeros sitios no poseen ningún monumento conmemorativo del
nacimiento o de la vida de S. Juan; además, Machaerus no estaba situada en las
montañas de Judá; Hebrón y Jutta pertenecían a Idumea, después de la
cautividad babilónica, en tanto que Ain-Karim está situada en las "montañas"
mencionadas en el texto inspirado de S. Lucas.
Después de un viaje de unas treinta horas, María "entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel" (Lucas 1:40). Según la tradición, en la época de la visitación
Isabel no vivía en su casa de la ciudad sino en su villa, a unos diez minutos de la
ciudad; antiguamente este lugar estaba señalado por una iglesia superior y otra
inferior. En 1861 se erigió sobre los antiguos cimientos la pequeña iglesia actual
de la Visitación.
"Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno". Fue en este
momento cuando Dios cumplió la promesa hecha por el ángel a Zacarías (Lucas
1:15), "desde el seno de su madre será lleno del Espíritu Santo"; en otras
palabras, el niño que Isabel llevaba en su seno fue purificado de la mancha del
pecado original. Se desbordó la plenitud del Espíritu Santo en el alma de su
madre, "e Isabel se llenó del Espíritu Santo" (Lucas 1:41). Así, tanto la madre
como el hijo fueron santificados por la presencia de María y del Verbo Encarnado
(53); llena como estaba del Espíritu Santo, Isabel "clamó con fuerte voz: ¡Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí que la madre
de mi Señor venga a mí? Porque así que sonó la voz de tu salutación en mis
oídos, exultó de gozo el niño en mi seno. Dichosa la que ha creído que se
cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor" (Lucas 1:42-45). Dejemos a los
comentaristas la explicación completa del pasaje precedente, y centremos nuestra
atención sólo en dos puntos:
· Isabel comienza su saludo con las mismas palabras con las que el ángel
había terminado su salutación, mostrando de esta manera que ambos
hablaban por inspiración del Espíritu Santo.
· Isabel es la primera en llamar a María por su título más honorable "Madre
de Dios".
La respuesta de María es el cántico de alabanza denominado comunmente
Magnificat, por la primera palabra de su texto en latín; el "Magnificat" ha sido
tratado en un artículo separado.
El evangelista termina su relato de la Visitación con las palabras: "María
permaneció con ella como unos tres meses y se volvió a su casa" (Lucas 1:56).
Muchos ven en esta breve frase del tercer evangelio una sugerencia implícita de
que María permaneció en casa de Zacarías hasta el nacimiento de Juan el
Bautista, mientras que otros niegan tal implicación. Dado que la Festividad de la
Visitación fue emplazada el 2 de julio por el cuadragésimo tercer canon del
Concilio de Basilea (1441 d. de J.C.), el día siguiente a la octava de la Festividad
de S. Juan Bautista, se ha deducido que posiblemente María permaneciera con
Isabel hasta después de la circuncisión del niño; pero no hay más pruebas que
corroboren esta suposición. Aunque la Visitación es descrita con tanta precisión en
el tercer evangelio, su festividad no parece haberse celebrado hasta el siglo XIII,
cuando fue introducida a través de la influencia de los franciscanos; fue instituida
oficialmente en 1389 por Urbano VI.
El embarazo de María llega a conocimiento de José
Después del regreso de casa de Isabel, "se halló haber concebido María del
Espíritu Santo" (Mateo 1:18). Dado que entre los judíos los esponsales constituían
un verdadero matrimonio, el uso del matrimonio después del tiempo de los
esponsales no era nada extraño entre ellos. Por ello, el embarazo de María no
podía sorprender a nadie mas que al mismo S. José. La situación debió haber sido
extremadamente dolorosa tanto para él como para María, ya que él no conocía el
misterio de la Encarnación. El evangelista dice: "José, su esposo, siendo justo, no
quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto" (S. Mateo 1:19). María dejó la
solución a esta dificultad en manos de Dios, y Dios informó en su momento al
asombrado esposo de la verdadera condición de María. Mientras José
"reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor
y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en casa a María, tu esposa, pues lo
concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás
por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados" (Mateo 1:20-21).
No mucho después de esta revelación, José concluyó el ritual del contrato de
matrimonio con María. El Evangelio dice sencillamente: "Al despertar José de su
sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su
esposa" (Mateo 1:24). Si bien es cierto que deben haber pasado al menos tres
meses entre los esponsales y el matrimonio, durante los cuales María permaneció
con Isabel, es imposible determinar con exactitud el lapso de tiempo transcurrido
entre las dos ceremonias. No sabemos cuánto tiempo después de los esponsales
le anunció el ángel a María el misterio de la Encarnación, y tampoco sabemos
cuánto duró la duda de S. José antes de que fuera iluminado por la visita del
ángel. Teniendo en cuenta la edad a la que las doncellas judías se convertían en
casaderas, es posible que María diera a luz a su Hijo cuando contaba alrededor de
trece o catorce años de edad. Ningún documento histórico nos dice qué edad
tenía en realidad en el momento de la Natividad.
El viaje a Belén
1. Lucas (2:1-5) explica cómo José y María viajaron desde Nazaret hasta
Belén obedeciendo un decreto de César Augusto que ordenaba un
empadronamiento general. Las cuestiones relacionadas con este decreto
han sido tratadas en el artículo CRONOLOGÍA BÍBLICA. Se dan varias
razones por las que María debe haber acompañado a José en este viaje: es
posible que ella no deseara perder la protección de José durante este
periodo crítico de su embarazo, o puede que haya seguido una inspiración
divina especial que la impulsaba a marchar para que se cumplieran las
profecías referentes a su divino Hijo, o también puede que fuera obligada a
ir debido a la ley civil, ya fuera como heredera o para satisfacer el impuesto
personal que había que pagar por las mujeres mayores de doce años. (54)
Dado que el empadronamiento había atraído a multitud de extranjeros a Belén,
María y José no encontraron sitio en la posada de la caravana y tuvieron que
alojarse en una gruta que servía de refugio para los animales. (55)
María da a luz a Nuestro Señor
"Estando allí, se cumplieron los días de su parto" (Lucas 2:6); este lenguaje no
deja claro si el nacimiento de Nuestro Señor ocurrió inmediatamente después de
que José y María se hubieran alojado en la gruta, o varios días después. Lo que
se narra acerca de los pastores "estaban velando las vigilias de la noche sobre su
rebaño" (Lucas 2:8) muestra que Cristo nació durante la noche.
Después de dar a luz a su Hijo, María "le envolvió en pañales y le acostó en un
pesebre" (Lucas 2:7), señal de que no sufrió dolores ni debilidades en el parto.
Esta deducción coincide con las enseñanzas de algunos de los principales Padres
y teólogos: S. Ambrosio (56), S. Gregorio de Nyssa (57), S. Juan Damasceno (58),
el autor de Christus patiens (59), Sto. Tomás (60), etc. No era adecuado que la
madre de Dios estuviera sujeta al castigo pronunciado en Génesis 3:16 contra Eva
y sus hijas pecadoras.
Poco después del nacimiento del niño los pastores, obedientes a la invitación del
ángel, llegaron a la gruta "y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un
pesebre" (Lucas 2:16). Podemos suponer que los pastores divulgaron las felices
nuevas que habían recibido durante la noche entre sus amigos en Belén, y que la
Sagrada Familia fue recibida por alguno de sus habitantes piadosos en un
alojamiento más adecuado.
La Circuncisión de Nuestro Señor
"Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron el
nombre de Jesús" (Lucas 2:21). El rito de la circuncisión se llevaba a cabo bien en
la sinagoga bien en el hogar del niño; es imposible determinar dónde tuvo lugar la
circuncisión de Nuestro Señor. De todos modos, su Bienaventurada Madre debe
haber estado presente durante la ceremonia.
La Presentación
Según la ley del Levítico 12:-8, toda madre judía de un varón hebreo tenía que
presentarse cuarenta días después de su nacimiento para su purificación legal;
según Exodo 13:2 y Números 18:15, el primogénito tenía que ser presentado en
esa misma ocasión. Cualesquiera que fueran las razones que María y el Niño
hubieran podido tener para reclamar una excepción, el hecho es que acataron la
ley. Sin embargo, en vez de ofrecer un cordero, presentaron el sacrificio de los
pobres, que consistía en un par de tórtolas o de pichones. En II Corintios 8:9, S.
Pablo dice a los corintios que Jesucristo "siendo rico, se hizo pobre por amor
nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza". Aún más agradable a
Dios que la pobreza de María fue la prontitud con que ofreció a su divino Hijo para
la complacencia de su Padre Celestial.
Después de que se hubieron llevado a cabo los ritos ceremoniales, el santo
Simeón tomó al Niño en sus brazos y dio gracias a Dios por el cumplimiento de
sus promesas; hizo una llamada de atención sobre la universalidad de la salvación
que iba a venir a través de la redención mesiánica "la que has preparado ante la
faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo,
Israel" (Lucas 2:31 sq.). María y José comenzaron ahora a conocer más
plenamente a su divino Hijo; ellos "estaban maravillados de las cosas que se
decían de El" (Lucas 2:33). Como si quisiera preparar a su Bienaventurada Madre
para el misterio de la cruz, el santo Simeón le dijo: "Puesto está para caída y
levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción; y una espada
atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos
corazones" (Lucas 2:34-35). María había padecido su primer gran dolor cuando
José había dudado al tomarla por esposa; su segundo gran dolor lo experimentó
cuando oyó las palabras del santo Simeón.
Aunque el incidente de la profetisa Ana había tenido una relación más general, ya
que ella "hablaba de El a cuantos esperaban la redención de Jerusalén" (Lucas
2:38), debe haber aumentado en gran medida el asombro de José y María. El
comentario final del evangelista "Cumplidas todas las cosas según la Ley del
Señor, se volvieron a Galilea, a la ciudad de Nazaret" (Lucas 2:39), ha sido
interpretado de varias maneras por los comentaristas; en lo referente al orden de
los sucesos, consulte el artículo CRONOLOGÍA DE LA VIDA DE JESUCRISTO.
La visita de los Magos
Tras la Presentación, la Sagrada Familia bien volvió directamente a Belén, o bien
fue primero a Nazaret y de allí a la ciudad de David. De todos modos, después de
que "los magos de Oriente" hubieron sido guiados hasta Belén por Dios, "entrados
en la casa, vieron al Niño con María, su madre, y de hinojos le adoraron, y
abriendo sus alforjas, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra" (Mateo 2:11). El
evangelista no menciona a José; no porque no estuviera presente, sino porque
María ocupa el lugar principal junto al Niño. Los evangelistas no han contado
cómo dispusieron María y José de los regalos ofrecidos por sus ricos visitantes.
La huida a Egipto
Poco después de la partida de los magos, José recibió el mensaje del ángel del
Señor para que huyera a Egipto con el Niño y su madre, debido a los malvados
propósitos de Herodes; la pronta obediencia del santo varón es descrita
brevemente por el evangelista con las palabras: "Levantándose de noche, tomó al
niño y a la madre y partió para Egipto" (Mateo 2:14). Los judíos perseguidos
siempre habían buscado refugio en Egipto (cf. III Reyes 11:40; IV Reyes 25:26);
en tiempos de Cristo, los colonos judíos eran especialmente numerosos en la
tierra del Nilo (61); según Filón (62) eran al menos un millón. En Leontopolis, en el
distrito de Heliópolis, los judíos tenían un templo (160 a. de C.-73 d. de J.C.) que
rivalizaba en esplendor con el templo de Jerusalén. (63) Por todo ello, la Sagrada
Familia podía esperar hallar en Egipto una cierta ayuda y protección.
Por otra parte, era necesario un viaje de al menos diez días desde Belén para
alcanzar los distritos habitados más cercanos de Egipto. No sabemos qué camino
tomó la Sagrada Familia en su huida; pudieron haber tomado la carretera ordinaria
a través de Hebrón; o pudieron marchar vía Eleutheropolis y Gaza o también
pudieron haberse dirigido al oeste de Jerusalén hacia la gran carretera militar de
Joppe.
Apenas existe algún documento histórico que nos pueda servir de ayuda para
determinar dónde vivió la Sagrada Familia en Egipto, y tampoco sabemos cuánto
duró este exilio forzado. (64)
Cuando José recibió por el ángel la noticia de la muerte de Herodes y la orden de
volver a la tierra de Israel, él, "levantándose, tomó al niño y a la madre y partió
para la tierra de Israel" (Mateo 2:21). La noticia de que Arquelao reinaba en Judea
impidió a José establecerse en Belén, como había sido su intención; "advertido en
sueños, se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada
Nazaret" (Mateo 2:22-23). En todos estos detalles, María sencillamente se dejó
guiar por José, que a su vez, recibió las manifestaciones divinas como cabeza de
la Sagrada Familia. No es necesario señalar el intenso dolor de María ante la
temprana persecución del Niño.
La Sagrada Familia en Nazaret
La vida de la Sagrada Familia en Nazaret fue la propia de un comerciante pobre
normal. Según S. Mateo 13:55, la gente del pueblo preguntaba "¿No es éste el hijo
del carpintero?"; la pregunta, tal y como viene expresada en el segundo evangelio
(Marcos 6:3) muestra una ligera variación, "¿No es acaso el carpintero?". Mientras
José ganaba el sustento para la Sagrada Familia con su trabajo diario, María
atendía las labores del hogar. S. Lucas (2:40) dice brevemente de Jesús: "El Niño
crecía y se fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El". El
Sabath semanal y las grandes fiestas anuales interrumpían la rutina diaria de la
vida en Nazaret.
Nuestro Señor es hallado en el Templo
Según la ley de Exodo 23:17, sólo los hombres estaban obligados a visitar el
templo en las tres festividades solemnes del año; pero las mujeres se unían a
menudo a los hombres para satisfacer su devoción. S. Lucas (2:41) nos informa
de que "Sus padres (del Niño) iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la
Pascua". Probablemente dejaban al niño Jesús en casa de amigos o parientes
durante los días que duraba la ausencia de María. Según la opinión de algunos
escritores, el Niño no dio ninguna señal de su divinidad durante los años de su
infancia, con el propósito de aumentar los méritos de la fe de José y María,
basada en lo que habían visto y oído en el momento de la Encarnación y el
nacimiento de Jesús. Los Doctores judíos de la Ley sostenían que un chico se
convertía en hijo de la ley a la edad de doce años y un día; después de ésto,
estaba obligado por los preceptos legales.
El evangelista nos proporciona aquí la información de que "cuando era ya de doce
años, al subir sus padres, según el rito festivo, y volverse ellos, acabados los días,
el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo echasen de ver".
(Lucas 2:42-43). Esto ocurrió probablemente después del segundo día de fiesta,
cuando José y María regresaban con otros peregrinos galileos; la ley no exigía
una estancia más larga en la Ciudad Sagrada. Durante el primer día, la caravana
hacía generalmente un viaje de cuatro horas, y pasaba la noche en Beroth, en la
frontera norte del antiguo reino de Judá. Los cruzados construyeron en este lugar
una preciosa iglesia gótica para conmemorar el dolor de Nuestra Señora cuando
"buscáronle entre parientes y conocidos, y al no hallarle, se volvieron a Jerusalén
en busca suya" (Lucas 2:44-45). El Niño no fue encontrado entre los peregrinos
que habían venido a Beroth en el primer día de viaje; tampoco le encontraron el
segundo día, cuando José y María regresaron a Jerusalén; no fue hasta el tercer
día cuando "le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndolos
y preguntándoles...Cuando sus padres le vieron, se maravillaron, y le dijo su
madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? Mira que tu padre y yo, apenados,
andábamos buscándote" (Lucas 2:40-48). La fe de María no le permitía temer que
un mínimo accidente le ocurriera a su divino Hijo; pero percibió que su conducta
habitual de docilidad y sumisión había cambiado por completo. Este sentimiento
era la causa de la pregunta, por qué Jesús había tratado a sus padres de aquella
manera. Jesús respondió simplemente: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que
es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?" (Lucas 2:49). Ni José ni
María tomaron estas palabras como una reprimenda; "Ellos no entendieron lo que
les decía" (Lucas 2:50). Un escritor reciente ha sugerido que el significado de la
última frase debe ser entendido "ellos (es decir, los que estaban presentes) no
entendieron lo que les (es decir, a José y a María) decía".
El resto de la juventud de Nuestro Señor
Después de esto, Jesús "bajó con ellos, y vino a Nazaret" donde comenzó una
vida de trabajo y pobreza, de la cual dieciocho años son resumidos por el
evangelista en estas pocas palabras, "y les estaba sujeto,... crecía en sabiduría y
edad y gracia ante Dios y ante los hombres" (Lucas 2:51-52). La vida interior de
María es señalada brevemente por la expresión inspirada del escritor "y su madre
conservaba todo esto en su corazón" (Lucas 2:51). Una expresión análoga había
sido usada en 2:19, "María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón". Así,
María observaba la vida diaria de su divino Hijo, y crecía en su conocimiento y
amor a través de la meditación sobre lo que veía y oía. Ciertos escritores han
señalado que el evangelista indica aquí la última fuente de la que obtuvo el
material contenido en sus dos primeros capítulos.
La virginidad perpetua de María
Relacionados con el estudio de María durante la vida oculta de Nuestro Señor, nos
encontramos los aspectos referentes a su virginidad perpetua, su maternidad
divina y su santidad personal. Su virginidad sin mácula ha sido suficientemente
considerada en el artículo sobre el Nacimiento de la Virgen. Las autoridades
citadas entonces mantienen que María permaneció virgen cuando concibió y dio a
luz a su divino Hijo, y también después del nacimiento de Jesús. La pregunta de
María (Lucas 1:34), la respuesta del ángel (Lucas 1:35,37), la manera de
comportarse de José durante su duda (Mateo 1:19-25), las palabras de Cristo
dirigidas a los judíos (Juan 8:19), muestran que María conservó su virginidad
durante la concepción de su divino Hijo.
En cuanto a la virginidad de María después del parto, no es negada ni por las
expresiones de S. Mateo "antes de que conviviesen" (1:18), "su primogénito"
(1:25), ni por el hecho de que los libros del Nuevo Testamento se refieran
repetidamente a los hermanos de Jesús. (66) Las palabras "antes de que
conviviesen" significan probablemente "antes de que viviesen en la misma casa",
refiriéndose al tiempo en que sólo estaban desposados; mas incluso si estas
palabras fueran entendidas como vida marital, sólo afirman que la Encarnación
tuvo lugar antes de que tal relación fuera establecida, y sin implicar por ello que
ésta tuviera lugar después de la Encarnación del Hijo de Dios.
Lo mismo debe decirse de la expresión "No la conoció hasta que dio a luz a su
primogénito" (Mateo 1:25); el evangelista nos dice lo que no ocurrió antes del
nacimiento de Jesús, sin sugerir que ello ocurriera después de su nacimiento. (68)
El nombre "primogénito" se aplica a Jesús tanto si su madre continuó siendo
virgen como si dio a luz a otros hijos después de Jesús; entre los judíos era un
nombre legal (69), de modo que su aparición en el Evangelio no puede
extrañarnos.
Finalmente, "los hermanos de Jesús" no son ni los hijos de María ni los hermanos
de Nuestro Señor, en un sentido estricto del término, sino sus primos o los
parientes más o menos cercanos. (70) La Iglesia insiste en que con su nacimiento
el Hijo de Dios no disminuyó sino que consagró la integridad virginal de su madre
(oración secreta en la Misa de Purificación). Los Padres se expresan también en
un lenguaje similar en lo que se refiere a este privilegio de María. (71)
La maternidad divina de María
La maternidad divina de María está basada en las enseñanzas de los Evangelios,
en los escritos de los Padres y en la definición expresa de la Iglesia. S. Mateo
(1:25) testifica que María "dio a luz a su primogénito" y que El fue llamado Jesús.
Según S. Juan (1:15) Jesús es la Palabra hecha carne, la Palabra que asumió la
naturaleza humana en el vientre de María. Como María era verdaderamente la
madre de Jesús, y Jesús era verdadero Dios desde el primer momento de su
concepción, María es en verdad la madre de Dios. Incluso los Padres más
antiguos no dudaron en extraer esta conclusión, como puede verse en los escritos
de S. Ignacio (72), S. Ireneo (73), y Tertuliano (74). El conflicto de Nestorio que
negaba a María el título de "Madre de Dios" (75) fue seguido por las enseñanzas
del Concilio de Efeso, que proclamó que María era Theotokos en el verdadero
sentido de la palabra. (76)
La santidad perfecta de María
Unos pocos escritores patrísticos expresaron sus dudas acerca de la presencia de
defectos morales menores en Nuestra Señora. (77) S. Basilio, por ejemplo,
sugiere que María sucumbió a la duda al oír las palabras del santo Simeón y al
presenciar la crucifixión. (78) S. Juan Crisóstomo es de la opinión que María
habría sentido miedo y preocupación si el ángel no le hubiera explicado el misterio
de la Encarnación, y que demostró un poco de vanagloria en las fiestas de las
bodas de Caná y al visitar a su Hijo durante su vida pública acompañada de los
hermanos del Señor. (79) S. Cirilo de Alejandría (80) habla de la duda de María y
su desesperanza al pie de la cruz. Mas no se puede afirmar que estos escritores
griegos expresen una tradición apostólica, cuando lo que expresan son sus
opiniones singulares y privadas. Las Escrituras y la tradición están de acuerdo en
atribuir a María la más grande santidad personal; es concebida sin la mancha del
pecado original; muestra la mayor humildad y paciencia en su vida diaria (Lucas
1:38, 48); demuestra una paciencia heróica en las circunstancias más difíciles
(Lucas 2:7,35,48; Juan 19:25-27). Cuando se contempla la cuestión del pecado,
María constituye siempre una excepción. (81) La total exclusión de María del
pecado es confirmada por el Concilio de Trento (Sesión VI, Canon 23): "Si alguien
dice que el hombre una vez justificado puede durante su vida entera evitar todo
pecado, incluso venial, como la Iglesia mantiene que hizo la Virgen María por un
privilegio especial de Dios, sea reo de anatema". Los teólogos afirman que María
fue inmaculada, no por la perfección esencial de su naturaleza, sino por un
privilegio divino especial. Mas aún, los Padres, al menos desde el siglo V,
mantienen casi unánimemente que la Bienaventurada Virgen nunca experimentó
los impulsos de la concupiscencia.
El milagro de Caná
Los evangelistas relacionan el nombre de María con tres sucesos diferentes en la
vida pública de Nuestro Señor: con el milagro de Caná, con su predicación y con
su pasión. El primero de estos incidentes es narrado en Juan 2:1-10.
...hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado
también Jesús con sus discípulos a la boda. No tenían vino, porque el vino de la
boda se había acabado. En esto dijo la madre de Jesús a éste: No tienen vino.
Díjole Jesús: Mujer, ¿qué nos va a mi y a ti? No es aún llegada mi hora.
Se supone naturalmente que uno de los contrayentes estaba emparentado con
María, y que Jesús había sido invitado a causa del parentesco de su madre. La
pareja debe haber sido bastante pobre, ya que el vino estaba de hecho
agotándose. María desea salvar a sus amigos de la vergüenza de no poder
agasajar adecuadamente a sus invitados, y recurre a su divino Hijo. Ella
simplemente expone su necesidad, sin añadir ninguna petición. Al dirigirse a las
mujeres, Jesús emplea de modo uniforme la palabra "mujer" (Mateo 15:28; Lucas
13:12; Juan 4:21; 8:10; 19:26; 20:15), una expresión utilizada por los escritores
clásicos como un tratamiento respetuoso y honorable. (82)
Los pasajes citados arriba muestran que en el lenguaje de Jesús el tratamiento
"mujer" tiene un significado sumamente respetuoso. La frase "qué nos va a mi y a
ti" se traduce al griego ti emoi kai soi, que a su vez corresponde a la frase hebrea
mah li walakh. Esto último sucede en Jueces 11:12; II Reyes 16:10; 19:23, III
Reyes 17:18; IV Reyes 3:13; 9:18; II Paralipómenos 35:21. El Nuevo testamento
muestra expresiones equivalentes en Mateo 8:29; Marcos 1:24; Lucas 4:34; 8:28;
Mateo 27:19. El significado de la frase varía según el carácter del que habla,
abarcando desde una muy pronunciada oposición a una conformidad cortés. Un
significado tan variable le hace difícil al traductor encontrar un equivalente
igualmente variable. "Qué tengo que ver contigo", "esto no es asunto mío ni tuyo",
"por qué me causas tantos problemas", "déjame asistir a esto", son algunas de las
traducciones sugeridas. En general, las palabras parecen referirse a una mayor o
menor oportunidad que intentan eliminar. La última parte de la respuesta de
Nuestro Señor presenta menos dificultades para el intérprete: "No es aún llegada
mi hora" no puede referirse al preciso momento en que la necesidad de vino
requerirá la intervención milagrosa del Señor, ya que en el lenguaje de S. Juan "mi
hora" o "la hora" se refiere al tiempo predestinado para algún suceso importante
(Juan 4:21,23; 5:25,28; 7:30; 8:29; 12:23; 13:1; 16:21; 17:1). Por ello, el significado
de la respuesta de Nuestro Señor es: "¿Por qué me importunas pidiéndome tal
intervención? El momento señalado por Dios para tal intervención no ha llegado
todavía"; o "¿por qué te preocupas? ¿no ha llegado el momento de manifestar mi
poder?" El primero de estos significados implica que gracias a la intercesión de
María, Jesús adelantó el momento dispuesto para la manifestación de su poder
milagroso (83); el segundo significado se obtiene al tomar la segunda parte de las
palabras de Nuestro Señor como una pregunta, como hizo S. Gregorio de Nyssa
(84), y también como la versión árabe del "Diatessaron" de Tatiano (Roma, 1888).
(85) María comprendió las palabras de su divino Hijo en su sentido correcto; ella
avisó sencillamente a los camareros, "Haced lo que El os diga" (Juan 2:5). No hay
posibilidad de explicar la respuesta de Jesús como una denegación de la petición.
María durante la vida apostólica de Nuestro Señor
Durante la vida apostólica de Nuestro Señor, María logró pasar casi
completamente inadvertida. Al no ser llamada para ayudar directamente a su Hijo
en su ministerio, no quiso interferir en su trabajo con una presencia inoportuna. En
Nazaret era considerada como una madre judía corriente; S. Mateo (3:55-56; cf.
Marcos 6:3) presenta a la gente del pueblo diciendo: "¿No es éste el hijo del
carpintero? ¿Su madre no se llama María, y sus hermanos Santiago y José,
Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros?" Dado que la
gente deseaba, por su lenguaje, rebajar la consideración de Nuestro Señor,
debemos deducir que María pertenecía al orden social inferior de la gente del
pueblo. El pasaje paralelo de S. Marcos dice, "¿No es éste el carpintero?", en
lugar de "¿No es éste el hijo del carpintero?" Puesto que ambos evangelistas
omiten el nombre de S. José, debemos suponer que ya había muerto antes de que
este episodio sucediera.
A primera vista, pudiera parecer que Jesús despreciaba la dignidad de su
Bienaventurada Madre. Cuando le dijeron: "Tu madre y tus hermanos están fuera
y desean hablarte. El respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y
quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He
aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la voluntad de mi
Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre".
(Mateo 12:47-50; cf. Marcos 3:31-35; Lucas 8:19-21). En otra ocasión "levantó la
voz una mujer de entre la muchedumbre y dijo: Dichoso el seno que te llevó y los
pechos que mamaste. Pero El dijo: Más bien, dichosos los que oyen la palabra de
Dios y la guardan" (Lucas 11:27-28).
En realidad, en ambos pasajes Jesús sitúa el lazo que une el alma con Dios por
encima del lazo natural de parentesco que une a la Madre de Dios con su divino
Hijo. Esta última dignidad no es menospreciada; es utilizada por Nuestro Señor
como un medio para hacer ver el valor real de la santidad, dado que obviamente
los hombres lo aprecian con más facilidad. Por tanto, en realidad Jesús ensalza a
su Madre del modo más enfático, dado que ella superó al resto de los hombres en
santidad no menos que en dignidad. (86) Muy probablemente María se encontraba
también entre las santas mujeres que atendían a Jesús y a sus apóstoles durante
su ministerio en Galilea (cf. Lucas 8:2-3); el evangelista no menciona ninguna otra
aparición pública de María durante los viajes de Jesús a través de Galilea o de
Judea. Sin embargo, debemos recordar que, cuando el sol aparece, aun las más
brillantes estrellas se tornan invisibles.
María durante la Pasión de Nuestro Señor
Dado que la Pasión de Jesucristo tuvo lugar durante la semana pascual, se espera
naturalmente encontrar a María en Jerusalén. La profecía de Simeón se cumplió
en su plenitud principalmente durante los momentos de sufrimiento de Nuestro
Señor. Según una tradición, su Bienaventurada Madre se encontró con Jesús
cuando cargaba con la cruz camino del Gólgota. El Itinerarium del Peregrino de
Burdeos describe los lugares memorables que el escritor visitó en el 333 d. de
J.C., pero no menciona ninguna localidad consagrada a este encuentro entre
María y su divino Hijo. (87) El mismo silencio domina en el llamado Peregrinatio
Silviae que solía localizarse en el 385 d. de J.C., pero que últimamente ha sido
emplazado en 533-540 d. de J.C. (88) Mas un plano de Jerusalén que data del
año 1308 muestra la iglesia de S. Juan Bautista con la inscripción "Pasm. Vgis",
Spasmus Virginis, el desmayo de la Virgen. Durante el curso del siglo XIV, los
cristianos comenzaron a localizar los emplazamientos consagrados a la Pasión de
Cristo, y entre ellos se encontraba el lugar en el que se dice que María se
desmayó al ver a su Hijo sufriendo. (89) Desde el siglo XV se encuentra siempre
"Sancta Maria de Spasmo" entre las estaciones del Camino de la Cruz, erigidas en
varias partes de Europa a imitación de la Vía Dolorosa de Jerusalén. (90) El hecho
de que Nuestra Señora debería haberse desmayado a la vista de los sufrimientos
de su Hijo no está muy de acuerdo con su comportamiento heroico al pie de la
cruz; a pesar de ello, debemos considerar su calidad de mujer y madre en su
encuentro con su Hijo camino del Gólgota, mientras que es la Madre de Dios al pie
de la cruz.
La maternidad espiritual de María
Mientras Jesús colgaba en la cruz, "estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la
hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su
Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí
a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el
discípulo la recibió en su casa". (Juan 19:25-27). El oscurecimiento del sol y los
otros fenómenos naturales extraordinarios deben haber asustado a los enemigos
del Señor lo suficiente como para que no interfirieran con su madre y con los
pocos amigos que permanecían al pie de la cruz. Entre tanto, Jesús había orado
por sus enemigos y había prometido el perdón al buen ladrón; al llegar ese
momento, El tuvo compasión de su desolada madre, y aseguró su porvenir. Si S.
José hubiera estado vivo, o si María hubiera sido la madre de aquellos que son
llamados hermanos o hermanas de Nuestro Señor en los Evangelios, tal medida
no hubiera sido necesaria. Jesús utiliza el mismo título respetuoso con el que se
había dirigido a su madre en las fiestas de las bodas de Caná. Ahora El confía a
María a Juan como su madre, y desea que María considere a Juan como su hijo.
Entre los escritores más tempranos, Orígenes es el único que considera la
maternidad de María sobre todos los creyentes en este sentido. Según él, Cristo
vive en todos los que le siguen con perfección, y así como María es la Madre de
Cristo, también es la madre de aquel en el que Cristo vive. Por ello, según
Origenes, el hombre tiene un derecho indirecto a reclamar a María como su
madre, en la medida en que se identifique con Jesús por la vida de la gracia. (91)
En el siglo IX, Jorge de Nicomedia (92) explica las palabras de Nuestro Señor en
la cruz de forma que Juan es confiado a María, y con Juan todos los discípulos,
convirtiéndola en madre y señora de todos los compañeros de Juan. En el siglo XII
Ruperto de Deutz explica las palabras de Nuestro Señor estableciendo la
maternidad espiritual de María sobre los hombres, aunque S. Bernardo, el ilustre
contemporaneo de Ruperto, no cita este privilegio entre los numerosos títulos de
Nuestra Señora. (93) Posteriormente, la explicación de Ruperto de las palabras de
Nuestro Señor en la cruz se volvió más y más común, tanto es así que en nuestros
días se la puede hallar prácticamente en todos los libros de piedad. (94)
La doctrina de la maternidad espiritual de María está contenida en el hecho de que
ella es la antítesis de Eva: Eva es nuestra madre natural ya que es el origen de
nuestra vida natural; por tanto, María es nuestra madre espiritual ya que es el
origen de nuestra vida espiritual. Una vez más, la maternidad espiritual de María
se basa en el hecho de que Jesús es nuestro hermano, ya que es "el primogénito
entre muchos hermanos" (Romanos 8:29). Ella se convirtió en nuestra madre
desde el momento en que accedió a la Encarnación del Verbo, la Cabeza del
cuerpo místico cuyos miembros somos nosotros; y ella selló su maternidad al
consentir al sacrificio sangriento en la cruz que es la fuente de nuestra vida
sobrenatural. María y las santas mujeres (Mateo 17:56; Marcos 15:40; Lucas
23:49; Juan 19:25) presenciaron la muerte de Jesús en la cruz; probablemente,
ella permaneció durante el descendimiento de su Cuerpo sagrado y durante su
funeral.
El Sabath siguiente fue para ella tiempo de dolor y esperanza. El decimoprimer
canon de un concilio que tuvo lugar en Colonia, en 1423, instituyó contra los
husitas la festividad de los Dolores de Nuestra Señora, emplazándola en el viernes
siguiente al tercer domingo después de Pascua. En 1725 Benedicto XIV extendió
la festividad a toda la Iglesia, y la emplazó el viernes de la Semana de Pasión. "Y
desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa" (Juan 19:27). Si vivieron en
Jerusalén o en otro lugar no puede ser determinado a partir de los Evangelios.
María y la Resurrección de Nuestro Señor
La narración inspirada de los incidentes relacionados con la Resurrección de
Cristo no menciona a María; mas tampoco pretenden ofrecer una narración
completa de todo lo que Jesús hizo o dijo. Los Padres también guardan silencio en
cuanto a la participación de María en las alegrías del triunfo de su Hijo sobre la
muerte. Sin embargo, S. Ambrosio (95) afirma expresamente: "María por tanto vio
la Resurrección del Señor; ella fue la primera que la vio y creyó. María Magdalena
también la vio, aunque todavía dudó". Jorge de Nicomedia (96) deduce de la
participación de María en los sufrimientos de Nuestro Señor que, antes que todos
los demás y más que todos ellos, ella debe haber participado en el triunfo de su
Hijo. En el siglo XII, una aparición del Salvador resucitado a su Bienaventurada
Madre es admitida por Ruperto de Deutz (97), y también por Eadmer (98), S.
Bernardino de Siena (99), S. Ignacio de Loyola (100), Suárez (101), Maldon. (102)
etc. (103). El hecho de que Cristo resucitado se haya aparecido primero a su
Bienaventurada Madre coincide al menos con nuestras piadosas expectativas.
Aunque los Evangelios no nos lo dicen expresamente, podemos suponer que
María estaba presente cuando Jesús se apareció a varios de sus discípulos en
Galilea y en el momento de su Ascensión (cf. Mateo 28:7, 10, 16; Marcos 16:7).
Más aún, no es improbable que Jesús visitara repetidamente a su Bienaventurada
Madre durante los cuarenta días después de su Resurrección.
MARÍA EN OTROS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO
Hechos 1:14-2:4
Según el Libro de los Hechos (1:14), después de la Ascensión de Cristo a los
cielos los apóstoles "subieron al piso alto" y "todos éstos perseveraban unánimes
en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los
hermanos de éste". A pesar de su ensalzada dignidad, no era María, sino Pedro
quien actuaba como cabeza de la asamblea (1:15). María se comportó en la
habitación del piso alto de Jerusalén como se había comportado en la gruta de
Belén; en Belén había dado a luz al Niño Jesús, en Jerusalén criaba a la Iglesia
naciente. Los amigos de Jesús permanecieron en la habitación superior hasta "el
día de Pentecostés", cuando "se produjo de repente un ruido como el de un viento
impetuoso...Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre
cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo" (Hechos 2:1-4).
Aunque el Espíritu Santo había descendido sobre María de una forma especial en
el momento de la Encarnación, ahora le comunicó un nuevo grado de gracia.
Quizás, esta gracia pentecostal le dio a María la fuerza para cumplir
adecuadamente sus deberes para con la Iglesia naciente y sus hijos espirituales.
Apocalipsis 12:1-6
En el Apocalipsis (12:1-6) se desarrolla un pasaje singularmente aplicable a
Nuestra Bienaventurada Madre:
Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la
luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas, y
estando encinta, gritaba con los dolores de parto y las ansias de parir.
Apareció en el cielo otra señal, y vi un gran dragón de color de fuego, que
tenía siete cabezas y diez cuernos, y sobre las cabezas siete coronas. Con
su cola arrastró la tercera parte de los astros del cielo y los arrojó a la tierra.
Se paró el dragón delante de la mujer que estaba a punto de parir, para
tragarse a su hijo en cuanto le pariese. Parió un varón, que ha de apacentar
a todas las naciones con vara de hierro, pero el Hijo fue arrebatado a Dios y
a su trono. La mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar preparado
por Dios, para que allí la alimentasen durante mil doscientos sesenta días.
La posibilidad de que este párrafo pueda aplicarse a María se basa en las
siguientes consideraciones:
· Al menos parte de los versos se refieren a la madre cuyo hijo va a gobernar
las naciones con vara de hierro; según el Salmo 2:9, éste es el Hijo de Dios,
Jesucristo, cuya madre es María.
· Fue el hijo de María quien "fue llevado ante Dios, y a su trono" en el
momento de su Ascensión a los cielos.
· El dragón, o el demonio del paraíso terrenal (cf. Apocalipsis 12:9; 20:2), se
esfuerza por devorar al Hijo de María desde el primer momento de su
nacimiento, despertando la envidia de Herodes y, más tarde, la enemistad
de los judíos.
· Debido a sus indecibles privilegios, María puede ser descrita perfectamente
como "envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza
una corona de doce estrellas".
· Es cierto que los comentaristas entienden generalmente que el pasaje
completo se aplica literalmente a la Iglesia, y que parte de los versos
concuerdan mejor con la Iglesia que con María. Pero debe tenerse en
cuenta que María es a la vez una figura de la Iglesia y su miembro más
conspicuo. Lo que se dice de la Iglesia, en cierto modo se puede decir
también de María. Por ello el pasaje del Apocalipsis (12:5-6) no se refiere a
María como una mera adaptación (108), sino que se aplica a ella en un
sentido verdaderamente literal que parece estar parcialmente limitado a ella
y parcialmente extendido a toda la Iglesia. La relación de María con la
Iglesia esta bien resumida en la expresión "collum corporis mystici" aplicada
a Nuestra Señora por S. Bernardino de Siena. (109)
El Cardenal Newman (110) considera las dos dificultades contrarias a la
interpretación anterior de la visión de la mujer y el niño: primero, se dice que está
escasamente apoyada por los Padres; segundo, es un anacronismo atribuir a la
era apostólica tal cuadro de la Madonna. En cuanto a la primera objeción, el
eminente escritor dice:
Los cristianos nunca fueron a las Escrituras en busca de pruebas de sus
doctrinas, hasta que se produjo esa necesidad real, debido a la presión de
las controversias; si en aquellos tiempos la dignidad de la Bienaventurada
Virgen era indudable por parte de todos, como un asunto de doctrina, las
Escrituras continuarían siendo un libro cerrado para ellos en lo que respecta
a la argumentación del asunto.
Después de desarrollar en profundidad esta respuesta, el cardenal continúa:
En cuanto a la segunda objeción que he considerado, lejos de admitirla, me
parece que está elaborada sobre un simple hecho imaginario, y que la
verdad del asunto se encuentra justo en el lado opuesto. La Virgen y el
Niño no es una simple idea moderna; al contrario, ha sido representada una
y otra vez, como sabe cualquiera que haya visitado Roma, en las pinturas
de las catacumbas. María está ahí dibujada con el Niño divino en su
regazo, ella con las manos extendidas en oración, él con sus manos en
actitud de bendecir.
MARÍA EN LOS DOCUMENTOS DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Hasta ahora hemos recurrido a los escritos y a la tradición de la iglesia dejada por
los primeros cristianos para poder complementar y explicar las enseñanzas del
Antiguo o del Nuevo Testamento referentes a la Bienaventurada Virgen. En los
siguientes párrafos tendremos que llamar la atención sobre el hecho de que estas
mismas fuentes, hasta un cierto punto, complementan la doctrina de las
Escrituras. A este respecto, constituyen la base de la tradición; si la evidencia que
aportan es suficiente, en un caso dado, para garantizar su contenido como parte
genuina de la Divina revelación, es un hecho que debe ser determinado de
acuerdo con los criterios científicos ordinarios seguidos por los teólogos. Sin entrar
en estas cuestiones puramente teológicas, presentaremos este material
tradicional, en primer lugar, que arroja luz sobre la vida de María después del día
de Pentecostés; en segundo lugar, en cuanto que nos proporciona pruebas de la
actitud de los primeros cristianos hacia la Madre de Dios.
VIDA POST-PENTECOSTAL DE MARÍA
El día de Pentecostés, el Espíritu Santo había descendido sobre María cuando
vino sobre los Apóstoles y discípulos reunidos en la habitación del piso alto de
Jerusalén. Sin duda, las palabras de S. Juan (19:27) "y desde aquella hora el
discípulo la recibió en su casa", se refieren no sólo al tiempo entre Pascua y
Pentecostés, sino que se extienden a toda la vida posterior de María. Sin
embargo, el cuidado de María no interfirió con el ministerio apostólico de Juan.
Incluso los documentos inspirados (Hechos 8:14-17; Gálatas 1:18-19; Hechos
21:18) muestran que el apóstol estuvo ausente de Jerusalén en numerosas
ocasiones, aunque debe haber participado en el Concilio de Jerusalén, en el 51 ó
52 d. de J.C. Debemos también suponer que en María se cumplían las palabras
de Hechos 2:42: "perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles y en la unión,
en la fracción del pan y en la oración". De este modo, María fue un ejemplo y una
fuente de ánimo para la comunidad de los primeros cristianos. Al mismo tiempo,
debemos confesar que no poseemos ningún documento auténtico que hable
directamente de la vida post-pentecostal de María.
Localización de su vida, muerte y enterramiento
En cuanto a la tradición, existe cierto testimonio sobre la residencia temporal de
María en o cerca de Efeso, pero es mucho más fuerte la evidencia de su hogar
permanente en Jerusalén.
Argumentos a favor de Efeso
La residencia de María en Efeso se basa en las siguientes pruebas:
1. En un pasaje de la carta sinodal del Concilio de Efeso (111) se puede leer:
"Por esta razón también Nestorio, el instigador de la herejía impía, cuando
hubo llegado a la ciudad de los efesios, donde Juan el Teólogo y la Virgen
Madre de Dios Sta. María, alejándose por su propia voluntad de la reunión
de los santos Padres y Obispos..." Dado que S. Juan había vivido en Efeso
y había sido enterrado allí (112), se ha deducido que la elipsis de la carta
sinodal significa bien "donde Juan ...y la Virgen...María vivieron" o bien
"donde Juan...y la Virgen...María vivieron y están enterrados".
2. Bar-Hebraeus o Abulpharagius, un obispo jacobita del siglo XIII, relata que
S. Juan se llevó consigo a la Bienaventurada Virgen a Patmos, después
fundó la Iglesia de Efeso y enterró a María en un lugar desconocido.(113).
3. Benedicto XIV (114) afirma que María siguió a S. Juan hasta Efeso y allí
murió. Tuvo también la intención de eliminar del breviario aquellas lecciones
donde se mencionaba la muerte de María en Jerusalén, pero murió antes
de llevarlo a cabo.
4. La residencia temporal y la muerte de María en Efeso están apoyadas por
escritores tales como Tillemont (116), Calmet (117), etc.
5. En Panaguia Kapoli, en una colina a unas nueve o diez millas de Efeso, se
descubrió una casa, o más bien sus restos, en la que se supone que vivió
María. La casa fue buscada y hallada siguiendo las indicaciones
proporcionadas por Catharine Emmerich en su vida de la Bienaventurada
Virgen.
Argumentos en contra de Efeso
Estos argumentos a favor de la residencia o enterramiento de María en Efeso no
son irrebatibles, si se los examina más detenidamente.
1. La elipsis de la carta sinodal del Concilio de Efeso puede ser completada de
forma que no implique dar por sentado que Nuestra Señora vivió o murió en
Efeso. Dado que en la ciudad había una doble iglesia dedicada a la Virgen
María y a S. Juan, la frase incompleta de la carta sinodal puede terminarse
de forma que diga, "donde Juan el Teólogo y la Virgen... María tienen un
santuario". Esta explicación de dicha frase ambigua es una de las dos
sugeridas al margen del Collect. Concil. de Labbe (1.c) (118).
2. La palabras de Bar-Hebraeus contiene dos afirmaciones inexactas: S. Juan
no fundó la Iglesia de Efeso, ni tampoco llevó consigo a María a Patmos. S.
Pablo fundó la Iglesia de Efeso, y María había muerto antes del exilio de
Juan en Patmos. No sería sorprendente, por tanto, que el escritor se
equivocara en lo que dice sobre el enterramiento de María. Además, Bar-
Hebraeus vivió en el siglo XIII; los escritores más antiguos hubieran estado
más preocupados acerca de los lugares sagrados de Efeso; mencionan la
tumba de S. Juan y la de una hija de Felipe (119), pero no dicen nada sobre
el lugar donde está enterrada María.
3. En cuanto a Benedicto XIV, este gran pontífice no pone tanto énfasis sobre
la muerte y sepultura de María en Efeso cuando habla de su Asunción a los
cielos.
4. Ni Benedicto XIV ni otras autoridades que apoyan los argumentos a favor
de Efeso proponen ninguna razón que haya sido considerada concluyente
por otros estudiantes científicos de este asunto.
5. La casa encontrada en Panaguia-Kapouli tiene algún valor en cuanto que
está relacionada con las visiones de Catharine Emmerich. La distancia
hasta la ciudad de Efeso da lugar a una suposición contraria a que fuera la
casa del apostol S. Juan. El valor histórico de las visiones de Catharine no
es admitido universalmente. Monseñor Timoni, Arzobispo de Esmirna,
escribe, refiriéndose a Panaguia-Kapouli: "Cada uno es completamente
libre de tener su propia opinión". Finalmente, la concordancia entre las
condiciones de la casa en ruinas de Panaguia-Kapouli y la descripción de
Catharine no prueban necesariamente la verdad de su afirmación en cuanto
a la historia del edificio. (120)
Argumentos contra Jerusalén
Se esgrimen dos consideraciones contrarias a la residencia permanente de
Nuestra Señora en Jerusalén: primero, se ha señalado ya que S. Juan no se
quedó permanentemente en la Ciudad Sagrada; segundo, se dice que los judíos
cristianos dejaron Jerusalén durante los periodos de persecución judía (cf. Hechos
8:1; 12:1). Mas como no podemos suponer que S. Juan haya llevado consigo a
Nuestra Señora en sus expediciones apostólicas, debemos creer que la dejó al
cuidado de sus amigos o parientes durante los periodos de su ausencia. Y existen
pocas dudas de que muchos cristianos regresaron a Jerusalén cuando cesaron los
peligros de las persecuciones.
Argumentos a favor de Jerusalén
Independientemente de estas consideraciones, se puede apelar a las siguientes
razones que apoyan la muerte y enterramiento de María en Jerusalén:
1. En el año 451, Juvenal, Obispo de Jerusalén, testificó sobre la presencia de
la tumba de María en Jerusalén. Es extraño que ni S. Jerónimo, ni el
Peregrino de Burdeos ni tampoco pseudo-Silvia proporcionen ninguna
evidencia sobre un lugar tan sagrado. Sin embargo, cuando el emperador
Marcion y la emperatriz Pulqueria le pidieron a Juvenal que enviara los
restos sagrados de la Virgen María de su tumba en Getsemaní a
Constantinopla, donde tenían la intención de dedicarle una nueva iglesia a
Nuestra Señora, el obispo citó una antigua tradición que decía que el
cuerpo sagrado había sido asunto al cielo, y sólo envió a Constantinopla el
ataud y el sudario. Esta narración se basa en la autoridad de un tal Eutimio,
cuyo relato fue incluido en una homilía de S. Juan Damasceno (121) que
actualmente se lee en el Nocturno segundo del cuarto día de la octava de la
Asunción. Scheeben (12) es de la opinión que las palabras de Eutimio son
una interpolación posterior: no encajan en el contexto; contienen una
apelación a pseudo-Dionisio (123) que, por otra parte, no es mencionada
antes del siglo VI; y son poco fiables en su conexión con el nombre del
Obispo Juvenal, quien fue acusado de falsificar documentos por el Papa S.
León. (124) En su carta, el pontífice le recuerda al obispo los sagrados
lugares que tiene ante sus ojos, pero no menciona la tumba de María. (125)
Si se considera que este silencio es puramente fortuito, la principal
pregunta sigue siendo, ¿cuánta verdad histórica hay en el relato de Eutimio
acerca de las palabras de Juvenal?
2. Se debe mencionar aquí el apócrifo "Historia dormitionis et assumptionis
B.M.V.", que reivindica a S. Juan por autor. (126) Tischendorf opina que las
partes más importantes de la obra se remontan al siglo IV, quizás incluso al
siglo II. (127) Aparecieron variaciones del texto original en árabe, sirio y en
otras lenguas; entre estas variaciones hay que destacar una obra llamada
"De transitu Mariae Virg.", que apareció bajo la firma de S. Melitón de
Sardes. (128) El Papa Gelasio incluye este trabajo entre las obras
prohibidas. (129) Los incidentes extraordinarios que estas obras relacionan
con la muerte de María carecen de importancia aquí; sin embargo, sitúan
sus últimos momentos y su entierro en o cerca de Jerusalén.
Otra evidencia a favor de la existencia de una tradición que sitúa la tumba
de María en Getsemaní la consituye la basílica que fue erigida sobre el
lugar sagrado, hacia finales del siglo IV o comienzos del V. La iglesia actual
fue construida por los latinos en el mismo lugar en que se había levantado
el antiguo edificio. (130)
3. En la primera parte del siglo VII, Modesto, Obispo de Jerusalén, localizó el
tránsito de Nuestra Señora en el Monte Sión, en la casa que contenía el
Cenáculo y la habitación del piso superior de Pentecostés. (131) En esta
época, una sola iglesia cubría las localidades consagradas por estos varios
misterios. Es asombrosa la tardía evidencia de una tradición que llegó a
estar tan extendida a partir del siglo VII.
4. Otra tradición se conserva en el "Commemoratorium de Casis Dei" dirigida
a Carlomagno. (132) Sitúa la muerte de María en el monte de los Olivos,
donde se levanta una iglesia que se dice que conmemora este suceso. Es
posible que el escritor intentara relacionar el tránsito de María con la iglesia
de la Asunción, del mismo modo que la tradición gemela lo conectaba con
el cenáculo. De cualquier manera, se puede concluir que alrededor del
comienzo del siglo V existía una tradición bastante extendida que sostenía
que María había muerto en Jerusalén y había sido enterrada en Getsemaní.
Esta tradición parece descansar sobre bases más sólidas que la versión de
que Nuestra Señora murió y fue enterrada en o cerca de Efeso. Dado que
al llegar a este punto carecemos de documentación histórica, resultaría
difícil establecer la relación de cualquiera de las dos tradiciones con los
tiempos apostólicos. (133)
Conclusión
Hemos visto que no hay seguridad absoluta sobre el lugar en el que María vivió
después del día de Pentecostés. Aunque es más probable que permaneciera
ininterrumpidamente en o cerca de Jerusalén, puede haber residido durante un
tiempo en las cercanías de Efeso, y ello puede haber originado la tradición de su
muerte y enterramiento en Efeso. Existe aún menos información histórica referente
a los incidentes particulares de su vida. S. Epifanio (134) duda incluso de la
realidad de la muerte de María; pero la creencia universal de la Iglesia no coincide
con la opinión privada de S. Epifanio. La muerte de María no fue necesariamente
una consecuencia de la violencia; ni tampoco fue una expiación o un castigo, ni el
resultado de una enfermedad de la que, como su divino Hijo, ella fue eximida.
Desde la Edad Media prevalece la opinión que murió de amor, ya que su gran
deseo era reunirse con su Hijo ya fuera disolviendo los lazos entre cuerpo y alma
o rogando a Dios para que El los disolviese. Su muerte fue un sacrificio de amor
que completó el sacrificio doloroso de su vida. Es la muerte con el beso del Señor
(in osculo Domini), de la que mueren los justos. No hay una tradición cierta sobre
el año en que murió María. Baronio en sus Anales se apoya en un pasaje del
Chronicon de Eusebio para asumir que María murió en el 48 d. de J.C. Hoy se
cree que este pasaje del Chronicon es una interpolación posterior. (135) Nirschl se
basa en una tradición encontrada en Clemente de Alejandría (136) y Apolonio
(137) que se refiere al mandato de Nuestro Señor a los Apóstoles para que fueran
a predicar doce años en Jerusalén y Palestina antes de extenderse a las naciones
del mundo; a partir de esto, él también llega a la conclusión de que María murió en
el 48 d. de J.C..
Su asunción a los cielos
La Asunción de Nuestra Señora a los cielos ha sido tratada en un artículo
especial. (138) La festividad de la Asunción es probablemente la más antigua de
todas las festividades de María propiamente dichas. (139) En cuanto al arte, la
Asunción ha sido un tema favorito de la Escuela de Siena, que generalmente
representa a María siendo elevada a los cielos en una mandorla.
LA ACTITUD DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS HACIA LA MADRE DE DIOS
Su imagen y su nombre
Representación de su imagen
Ningún cuadro ha conservado para nosotros el verdadero aspecto de María. Las
representaciones bizantinas, de las cuales se dice que fueron pintadas por S.
Lucas, pertenecen ya al siglo VI, y reproducen una imagen convencional. Existen
veintisiete copias, de las cuales diez se encuentran en Roma. (140) Incluso S.
Agustín expresa la opinión de que la apariencia externa real de María es
desconocida para nosotros, y que a este respecto no sabemos ni creemos nada.
(141) La pintura más antigua de María es la hallada en el cementerio de Priscila;
representa a la Virgen como si fuera a amamantar al Niño Jesús, y cerca de ella
esta la imagen de un profeta, Isaias o quizá Miqueas. El cuadro pertenece a
principios del siglo II, y resiste favorablemente la comparación con las obras de
arte encontradas en Pompeya. Del siglo III poseemos pinturas de Nuestra Señora
presente durante la Adoración de los Magos; fueron encontradas en los
cementerios de Domitila y Calixto. Los cuadros pertenecientes al siglo IV fueron
encontrados en los cementerios de S. Pedro y Marcelino; en uno de éstos ella
aparece con la cabeza descubierta, en otro con los brazos medio extendidos como
en actitud de súplica, y con el Niño de pie frente a ella. En las tumbas de los
primeros cristianos, los santos figuraban como intercesores por sus almas, y entre
estos santos, María ocupó siempre un lugar de honor. Además de los frescos y las
pinturas de los sarcófagos, las catacumbas proporcionan asimismo cuadros de
María pintados sobre discos de vidrio dorado sellados mediante otro disco de
vidrio soldado al anterior. (142) Estas pinturas pertenecen generalmente a los
siglos III o IV. La leyenda MARIA o MARA acompaña con frecuencia estas
pinturas.
Utilización de su nombre
Hacia fines del siglo IV el nombre de María se había vuelto muy frecuente entre
los cristianos; esto muestra otra señal de la veneración que sentían por la Madre
de Dios. (143)
Conclusión
Nadie puede sospechar de idolatría entre los primeros cristianos, como si hubieran
rendido culto supremo a los cuadros de María o a su nombre; sin embargo, ¿cómo
podemos explicar los fenómenos enumerados, a menos que supongamos que los
primeros cristianos veneraron a María de una forma especial? (144)
Tampoco puede afirmarse que esta veneración sea una corrupción introducida
posteriormente. Se ha comprobado que las pinturas más antiguas datan de
principios del siglo II, de forma que ello prueba que durante los primeros cincuenta
años después de la muerte de S. Juan la veneración de María había prosperado
en la Iglesia de Roma.
Primeros documentos
En cuanto a la actitud de las Iglesias de Asia Menor y de Lyons podemos recurrir a
las palabras de S. Ireneo, un alumno de Policarpo, (145) discípulo de S. Juan; él
llama a María nuestra más eminente abogada. S. Ignacio de Antioquía, parte de
cuya vida transcurrió en tiempos apostólicos, escribió a los efesios (c. 18-19) en
forma tal que relacionaba más íntimamente los misterios de la vida de Nuestro
Señor con los de la Virgen María. Por ejemplo, la virginidad de María y su parto
son enumerados con la muerte de Cristo, como constituyendo tres misterios
desconocidos para el demonio. El autor sub-apostólico de la Epístola a Diogneto,
cuando escribe sobre los misterios cristianos a un pagano que pregunta, describe
a María como la más grande antítesis de Eva, y esta idea de Nuestra Señora
aparece repetidamente en otros escritores incluso antes del Concilio de Efeso.
Hemos llamado la atención varias veces sobre las palabras de S. Justino y
Tertuliano, los cuales escribieron ambos antes de finales del siglo II.
Dado que es aceptado que las alabanzas de María crecen conforme crece la
comunidad cristiana, podemos concluir en resumen que la veneración y la
devoción a María comenzaron incluso en tiempos de los Apóstoles.
NOTAS
[1] Quaest. hebr. in Gen., P.L., XXIII, col. 943
[2] cf. Wis., ii, 25; Matt., iii, 7; xxiii, 33; John, viii, 44; I, John, iii, 8-12.
[3] Hebräische Grammatik, 26th edit., 402
[4] Der alte Orient und die Geschichtsforschung, 30
[5] cf. Jeremias, Das Alte Testament im Lichte des alten Orients, 2nd ed., Leipzig,
1906, 216; Himpel, Messianische Weissagungen im Pentateuch, Tubinger
theologische Quartalschrift, 1859; Maas, Christ in Type and Prophecy, I, 199 sqq.,
New York, 1893; Flunck, Zeitschrift für katholische Theologie, 1904, 641 sqq.; St.
Justin, dial. c. Tryph., 100 (P.G., VI, 712); St. Iren., adv. haer., III, 23 (P.G., VII,,
964); St. Cypr., test. c. Jud., II, 9 (P.L., IV, 704); St. Epiph., haer., III, ii, 18 (P.G.,
XLII, 729).
[6] Lagarde, Guthe, Giesebrecht, Cheyne, Wilke.
[7] cf. Knabenbauer, Comment. in Isaiam, Paris, 1887; Schegg, Der Prophet
Isaias, Munchen, 1850; Rohling, Der Prophet Isaia, Munster, 1872; Neteler, Das
Bush Isaias, Munster, 1876; Condamin, Le livre d'Isaie, Paris, 1905; Maas, Christ
in Type and Prophecy, New York, 1893, I, 333 sqq.; Lagrange, La Vierge et
Emmaneul, in Revue biblique, Paris, 1892, pp. 481-497; Lémann, La Vierge et
l'Emmanuel, Paris, 1904; St. Ignat., ad Eph., cc. 7, 19, 19; St. Justin, Dial., P.G.,
VI, 144, 195; St. Iren., adv. haer., IV, xxxiii, 11.
[8] Cf. the principal Catholic commentaries on Micheas; also Maas, "Christ in Type
and Prophecy, New York, 1893, I, pp. 271 sqq.
[9] P.G., XXV, col. 205; XXVI, 12 76
[10] In Jer., P.L., XXIV, 880
[11] cf. Scholz, Kommentar zum Propheten Jeremias, Würzburg, 1880;
Knabenbauer, Das Buch Jeremias, des Propheten Klagelieder, und das Buch
Baruch, Vienna, 1903; Conamin, Le texte de Jeremie, xxxi, 22, est-il messianique?
in Revue biblique, 1897, 393-404; Maas, Christ in Type and Prophecy, New York,
1893, I, 378 sqq..
[12] cf. St. Ambrose, de Spirit. Sanct., I, 8-9, P.L., XVI, 705; St. Jerome, Epist.,
cviii, 10; P.L., XXII, 886.
[13] cf. Gietmann, In Eccles. et Cant. cant., Paris, 1890, 417 sq.
[14] cf. Bull "Ineffabilis", fourth Lesson of the Office for 10 Dec..
[15] Response of seventh Nocturn in the Office of the Immaculate Conception.
[16] cf. St. Justin, dial. c. Tryph., 100; P.G., VI, 709-711; St. Iren., adv. haer., III,
22; V, 19; P.G., VII, 958, 1175; Tert., de carne Christi, 17; P.L., II, 782; St. Cyril.,
catech., XII, 15; P.G., XXXIII, 741; St. Jerome, ep. XXII ad Eustoch., 21; P.L., XXII,
408; St. Augustine, de agone Christi, 22; P.L., XL, 303; Terrien, La Mère de Dien et
la mère des hommes, Paris, 1902, I, 120-121; II, 117-118; III, pp. 8-13; Newman,
Anglican Difficulties, London, 1885, II, pp. 26 sqq.; Lecanu, Histoire de la Sainte
Vierge, Paris, 1860, pp. 51-82.
[17] de B. Virg., l. IV, c. 24
[18] La Vierge Marie d'apres l'Evangile et dans l'Eglise
[19] Letter to Dr. Pusey
[20] Mary in the Gospels, London and New York, 1885, Lecture I.
[21] cf. Tertul., de carne Christi, 22; P.L., II, 789; St. Aug., de cons. Evang., II, 2, 4;
P.L., XXXIV, 1072.
[22] Cf. St. Ignat., ad Ephes, 187; St. Justin, c. Taryph., 100; St. Aug., c. Faust,
xxiii, 5-9; Bardenhewer, Maria Verkundigung, Freiburg, 1896, 74-82; Friedrich, Die
Mariologie des hl. Augustinus, Cöln, 1907, 19 sqq.
[23] Jans., Hardin., etc.
[24] hom. I. de nativ. B.V., 2, P.G., XCVI, 664
[25] P.G., XLVII, 1137
[26] de praesent., 2, P.G., XCVIII, 313
[27] de laud. Deipar., P.G., XLIII, 488
[28] P.L., XCVI, 278
[29] in Nativit. Deipar., P.L., CLI, 324
[30] cf. Aug., Consens. Evang., l. II, c. 2
[31] Schuster and Holzammer, Handbuch zur biblischen Geschichte, Freiburg,
1910, II, 87, note 6
[32] Anacreont., XX, 81-94, P.G., LXXXVII, 3822
[33] hom. I in Nativ. B.M.V., 6, II, P.G., CCXVI, 670, 678
[34] cf. Guérin, Jérusalem, Paris, 1889, pp. 284, 351-357, 430; Socin-Benzinger,
Palästina und Syrien, Leipzig, 1891, p. 80; Revue biblique, 1893, pp. 245 sqq.;
1904, pp. 228 sqq.; Gariador, Les Bénédictins, I, Abbaye de Ste-Anne, V, 1908, 49
sq.
[35] cf. de Vogue, Les églises de la Terre-Sainte, Paris, 1850, p. 310
[36] 2, 4, P.L., XXX, 298, 301
[37] Itiner., 5, P.L., LXXII, 901
[38] cf. Lievin de Hamme, Guide de la Terre-Sainte, Jerusalem, 1887, III, 183
[39] haer., XXX, iv, II, P.G., XLI, 410, 426
[40] P.G., XCVII, 806
[41] cf. Aug., de santa virginit., I, 4, P.L., XL, 398
[42] cf. Luke, i, 41; Tertullian, de carne Christi, 21, P.L., II, 788; St. Ambr., de fide,
IV, 9, 113, P.L., XVI, 639; St. Cyril of Jerus., Catech., III, 6, P.G., XXXIII, 436
[43] Tischendorf, Evangelia apocraphya, 2nd ed., Leipzig, 1876, pp. 14-17, 117-
179
[44] P.G., XLVII, 1137
[45] P.G., XCVIII, 313
[46] P.G., XXXVCIII, 244
[47] cf. Guérin, Jerusalem, 362; Liévin, Guide de la Terre-Sainte, I, 447
[48] de virgin., II, ii, 9, 10, P.L., XVI, 209 sq.
[49] cf. Corn. Jans., Tetrateuch. in Evang., Louvain, 1699, p. 484; Knabenbauer,
Evang. sec. Luc., Paris, 1896, p. 138
[50] cf. St. Ambrose, Expos. Evang. sec. Luc., II, 19, P.L., XV, 1560
[51] cf. Schick, Der Geburtsort Johannes' des Täufers, Zeitschrift des Deutschen
Palästina-Vereins, 1809, 81; Barnabé Meistermann, La patrie de saint Jean-
Baptiste, Paris, 1904; Idem, Noveau Guide de Terre-Sainte, Paris, 1907, 294 sqq.
[52] cf. Plinius, Histor. natural., V, 14, 70
[53] cf. Aug., ep. XLCCCVII, ad Dardan., VII, 23 sq., P.L., XXXIII, 840; Ambr.
Expos. Evang. sec. Luc., II, 23, P.L., XV, 1561
[54] cf. Knabenbauer, Evang. sec. Luc., Paris, 1896, 104-114; Schürer, Geschichte
des Jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi, 4th edit., I, 508 sqq.; Pfaffrath,
Theologie und Glaube, 1905, 119
[55] cf. St. Justin, dial. c. Tryph., 78, P.G., VI, 657; Orig., c. Cels., I, 51, P.G., XI,
756; Euseb., vita Constant., III, 43; Demonstr. evang., VII, 2, P.G., XX, 1101; St.
Jerome, ep. ad Marcell., XLVI [al. XVII]. 12; ad Eustoch., XVCIII [al. XXVII], 10,
P.L., XXII, 490, 884
[56] in Ps. XLVII, II, P.L., XIV, 1150;
[57] orat. I, de resurrect., P.G., XLVI, 604;
[58] de fide orth., IV, 14, P.G., XLIV, 1160; Fortun., VIII, 7, P.L., LXXXVIII, 282;
[59] 63, 64, 70, P.L., XXXVIII, 142;
[60] Summa theol., III, q. 35, a. 6;
[61] cf. Joseph., Bell. Jud., II, xviii, 8
[62] In Flaccum, 6, Mangey's edit., II, p. 523
[63] cf. Schurer, Geschichte des Judischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi,
Leipzig, 1898, III, 19-25, 99
[64] The legends and traditions concerning these points may be found in Jullien's
"L'Egypte" (Lille, 1891), pp. 241-251, and in the same author's work entitled
"L'arbre de la Vierge a Matarich", 4th edit. (Cairo, 1904).
[65] As to Mary's virginity in her childbirth we may consult St. Iren., haer. IV, 33,
P.G., VII, 1080; St. Ambr., ep. XLII, 5, P.L., XVI, 1125; St. Aug., ep CXXXVII, 8,
P.L., XXXIII, 519; serm. LI, 18, P.L., XXXVIII, 343; Enchir. 34, P.L., XL, 249; St.
Leo, serm., XXI, 2, P.L., LIV, 192; St. Fulgent., de fide ad Petr., 17, P.L., XL, 758;
Gennad., de eccl. dogm., 36, P.G., XLII, 1219; St. Cyril of Alex., hom. XI, P.G.,
LXXVII, 1021; St. John Damasc., de fide orthod., IV, 14, P.G., XCIV, 1161; Pasch.
Radb., de partu Virg., P.L., CXX, 1367; etc. As to the passing doubts concerning
Mary's virginity during her childbirth, see Orig., in Luc., hom. XIV, P.G., XIII, 1834;
Tertul., adv. Marc., III, 11, P.L., IV, 21; de carne Christi, 23, P.L., II, 336, 411, 412,
790.
[66] Matt., xii, 46-47; xiii, 55-56; Mark, iii, 31-32; iii, 3; Luke, viii, 19-20; John, ii, 12;
vii, 3, 5, 10; Acts, i, 14; I Cor., ix, 5; Gal., i, 19; Jude, 1
[67] cf. St. Jerome, in Matt., i, 2 (P.L., XXVI, 24-25)
[68] cf. St. John Chrys., in Matt., v, 3, P.G., LVII, 58; St. Jerome, de perpetua
virgin. B.M., 6, P.L., XXIII, 183-206; St. Ambrose, de institut. virgin., 38, 43, P.L.,
XVI, 315, 317; St. Thomas, Summa theol., III, q. 28, a. 3; Petav., de incarn., XIC,
iii, 11; etc.
[69] cf. Exod., xxxiv, 19; Num., xciii, 15; St. Epiphan., haer. lxxcviii, 17, P.G., XLII,
728
[70] cf. Revue biblique, 1895, pp. 173-183
[71] St. Peter Chrysol., serm., CXLII, in Annunt. B.M. V., P.G., LII, 581; Hesych.,
hom. V de S. M. Deip., P.G., XCIII, 1461; St. Ildeph., de virgin. perpet. S.M., P.L.,
XCVI, 95; St. Bernard, de XII praer. B.V.M., 9, P.L., CLXXXIII, 434, etc.
[72] ad Ephes., 7, P.G., V, 652
[73] adv. haer., III, 19, P.G., VIII, 940, 941
[74] adv. Prax. 27, P.L., II, 190
[75] Serm. I, 6, 7, P.G., XLVIII, 760-761
[76] Cf. Ambr., in Luc. II, 25, P.L., XV, 1521; St. Cyril of Alex., Apol. pro XII cap.; c.
Julian., VIII; ep. ad Acac., 14; P.G., LXXVI, 320, 901; LXXVII, 97; John of Antioch,
ep. ad Nestor., 4, P.G., LXXVII, 1456; Theodoret, haer. fab., IV, 2, P.G., LXXXIII,
436; St. Gregory Nazianzen, ep. ad Cledon., I, P.G., XXXVII, 177; Proclus, hom.
de Matre Dei, P.G., LXV, 680; etc. Among recent writers must be noticed Terrien,
La mère de Dieu et la mere des hommes, Paris, 1902, I, 3-14; Turnel, Histoire de
la théologie positive, Paris, 1904, 210-211.
[77] cf. Petav., de incarnat., XIV, i, 3-7
[78] ep. CCLX, P.G., XXXII, 965-968
[79] hom. IV, in Matt., P.G., LVII, 45; hom. XLIV, in Matt. P.G., XLVII, 464 sq.; hom.
XXI, in Jo., P.G., LIX, 130
[80] in Jo., P.G., LXXIV, 661-664
[81] St. Ambrose, in Luc. II, 16-22; P.L., XV, 1558-1560; de virgin. I, 15; ep. LXIII,
110; de obit. Val., 39, P.L., XVI, 210, 1218, 1371; St. Augustin, de nat. et grat.,
XXXVI, 42, P.L., XLIV, 267; St. Bede, in Luc. II, 35, P.L., XCII, 346; St. Thomas,
Summa theol., III. Q. XXVII, a. 4; Terrien, La mere de Dieu et la mere des
hommes, Paris, 1902, I, 3-14; II, 67-84; Turmel, Histoire de la théologie positive,
Paris, 1904, 72-77; Newman, Anglican Difficulties, II, 128-152, London, 1885
[82] cf. Iliad, III, 204; Xenoph., Cyrop., V, I, 6; Dio Cassius, Hist., LI, 12; etc.
[83] cf. St. Irenaeus, c. haer., III, xvi, 7, P.G., VII, 926
[84] P.G., XLIV, 1308
[85] See Knabenbauer, Evang. sec. Joan., Paris, 1898, pp. 118-122; Hoberg,
Jesus Christus. Vorträge, Freiburg, 1908, 31, Anm. 2; Theologie und Glaube,
1909, 564, 808.
[86] cf. St. Augustin, de virgin., 3, P.L., XL, 398; pseudo-Justin, quaest. et respons.
ad orthod., I, q. 136, P.G., VI, 1389
[87] cf. Geyer, Itinera Hiersolymitana saeculi IV-VIII, Vienna, 1898, 1-33; Mommert,
Das Jerusalem des Pilgers von Bordeaux, Leipzig, 1907
[88] Meister, Rhein. Mus., 1909, LXIV, 337-392; Bludau, Katholik, 1904, 61 sqq.,
81 sqq., 164 sqq.; Revue Bénédictine, 1908, 458; Geyer, l. c.; Cabrol, Etude sur la
Peregrinatio Silviae, Paris, 1895
[89] cf. de Vogüé, Les Eglises de la Terre-Sainte, Paris, 1869, p. 438; Liévin,
Guide de la Terre-Sainte, Jerusalem, 1887, I, 175
[90] cf. Thurston, in The Month for 1900, July-September, pp. 1-12; 153-166; 282-
293; Boudinhon in Revue du clergé français, Nov. 1, 1901, 449-463
[91] Praef. in Jo., 6, P.G., XIV, 32
[92] Orat. VIII in Mar. assist. cruci, P.G., C, 1476
[93] cf. Sermo dom. infr. oct. Assumpt., 15, P.L., XLXXXIII, 438
[94] cf. Terrien, La mere de Dieu et la mere des hommes, Paris, 1902, III, 247-274;
Knabenbauer, Evang. sec. Joan., Paris, 1898, 544-547; Bellarmin, de sept. verb.
Christi, I, 12, Cologne, 1618, 105-113
[95] de Virginit., III, 14, P.L., XVI, 283
[96] Or. IX, P.G., C, 1500
[97] de div. offic., VII, 25, P.L., CLIX, 306
[98] de excell. V.M., 6, P.L., CLIX, 568
[99] Quadrages. I, in Resurrect., serm. LII, 3
[100] Exercit. spirit. de resurrect., I apparit.
[101] de myster. vit. Christi, XLIX, I
[102] In IV Evang., ad XXVIII Matth.
[103] See Terrien, La mere de Dieu et la mere des hommes, Paris, 1902, I, 322-
325.
[104] cf. Photius, ad Amphiloch., q. 228, P.G., CI, 1024
[105] in Luc. XI, 27, P.L., XCII, 408
[106] de carne Christi, 20, P.L., II, 786
[107] Cf. Tertullian, de virgin. vel., 6, P.L., II, 897; St. Cyril of Jerus., Catech., XII,
31, P.G., XXXIII, 766; St. Jerome, in ep. ad Gal. II, 4, P.L., XXVI, 372.
[108] cf. Drach, Apcal., Pris, 1873, 114
[109] Cf. pseudo-Augustin, serm. IV de symbol. ad catechum., I, P.L., XL, 661;
pseudo-Ambrose, expos, in Apoc., P.L., XVII, 876; Haymo of Halberstadt, in Apoc.
III, 12, P.L., CXVII, 1080; Alcuin, Comment. in Apoc., V, 12, P.L., C, 1152;
Casssiodor., Complexion. in Apoc., ad XII, 7, P.L., LXX, 1411; Richard of St.
Victor, Explic. in Cant., 39, P.L., VII, 12, P.L., CLXIX, 1039; St. Bernard, serm. de
XII praerog. B.V.M., 3, P.L., CLXXXIII, 430; de la Broise, Mulier amicta sole,in
Etudes, April-June, 1897; Terrien, La mère de Dieu et la mere des hommes, Paris,
1902, IV, 59-84.
[110] Anglican Difficulties, London, 1885, II, 54 sqq.
[111] Labbe, Collect. Concilior., III, 573
[112] Eusebius, Hist. Eccl., III, 31; V, 24, P.G., XX, 280, 493
[113] cf. Assemani, Biblioth. orient., Rome, 1719-1728, III, 318
[114] de fest. D.N.J.X., I, vii, 101
[115] cf. Arnaldi, super transitu B.M.V., Genes 1879, I, c. I
[116] Mém. pour servir à l'histoire ecclés., I, 467-471
[117] Dict. de la Bible, art. Jean, Marie, Paris, 1846, II, 902; III, 975-976
[118] cf. Le Camus, Les sept Eglises de l'Apocalypse, Paris, 1896, 131-133.
[119] cf. Polycrates, in Eusebius's Hist. Eccl., XIII, 31, P.G., XX, 280
[120] In connection with this controversy, see Le Camus, Les sept Eglises de
l'Apocalypse, Paris, 1896, pp. 133-135; Nirschl, Das Grab der hl. Jungfrau, Mainz,
1900; P. Barnabé, Le tombeau de la Sainte Vierge a Jérusalem, Jerusalem, 1903;
Gabriélovich, Le tombeau de la Sainte Vierge à Ephése, réponse au P. Barnabé,
Paris, 1905.
[121] hom. II in dormit. B.V.M., 18 P.G., XCVI, 748
[122] Handb. der Kath. Dogmat., Freiburg, 1875, III, 572
[123] de divinis Nomin., III, 2, P.G., III, 690
[124] et. XXIX, 4, P.L., LIV, 1044
[125] ep. CXXXIX, 1, 2, P.L., LIV, 1103, 1105
[126] cf. Assemani, Biblioth. orient., III, 287
[127] Apoc. apocr., Mariae dormitio, Leipzig, 1856, p. XXXIV
[128] P.G., V, 1231-1240; cf. Le Hir, Etudes bibliques, Paris, 1869, LI, 131-185
[129] P.L., LIX, 152
[130] Guerin, Jerusalem, Paris, 1889, 346-350; Socin-Benzinger, Palastina und
Syrien, Leipzig, 1891, pp. 90-91; Le Camus, Notre voyage aux pays bibliqes, Paris,
1894, I, 253
[131] P.G., LXXXVI, 3288-3300
[132] Tobler, Itiner, Terr. sanct., Leipzig, 1867, I, 302
[133] Cf. Zahn, Die Dormitio Sanctae Virginis und das Haus des Johannes Marcus,
in Neue Kirchl. Zeitschr., Leipzig, 1898, X, 5; Mommert, Die Dormitio, Leipzig,
1899; Séjourné, Le lieu de la dormition de la T.S. Vierge, in Revue biblique, 1899,
pp.141-144; Lagrange, La dormition de la Sainte Vierge et la maison de Jean
Marc, ibid., pp. 589, 600.
[134] haer. LXXVIII, 11, P.G., XL, 716
[135] cf. Nirschl, Das Grab der hl. Jungfrau Maria, Mainz, 1896, 48
[136] Stromat. vi, 5
[137] in Eus., Hist. eccl., I, 21
[138] The reader may consult also an article in the "Zeitschrift fur katholische
Theologie", 1906, pp. 201 sqq.
[139] ; cf. "Zeitschrift fur katholische Theologie", 1878, 213.
[140] cf. Martigny, Dict. des antiq. chrét., Paris, 1877, p. 792
[141] de Trinit. VIII, 5, P.L., XLII, 952
[142] cf. Garucci, Vetri ornati di figure in oro, Rome, 1858
[143] cf. Martigny, Dict. das antiq. chret., Paris, 1877, p. 515
[144] cf. Marucchi, Elem. d'archaeol. chret., Paris and Rome, 1899, I, 321; De
Rossi, Imagini scelte della B.V. Maria, tratte dalle Catacombe Romane, Rome,
1863
[145] adv. haer., V, 17, P.G. VIII, 1175
BOURASSE, Summa aurea de laudibus B. Mariae Virginis, omnia complectens
quae de gloriosa Virgine Deipara reperiuntur (13 vols., Paris, 1866); KURZ,
Mariologie oder Lehre der katholischen Kirche uber die allerseligste Jungfrau Maria
(Ratisbon, 1881); MARACCI, Bibliotheca Mariana (Rome, 1648); IDEM,
Polyanthea Mariana, republished in Summa Aurea, vols IX and X; LEHNER, Die
Marienerehrung in den ersten Jahrhunderten (2nd ed., Stuttgart, 1886).
A.J. MAAS
Transcrito por Michael T. Barrett
Traducido por Aurora Marín López
(FUENTE: Enciclopedia Católica Aciprensa www.aciprensa.com)